EL pasado día 9 el diario francés Le Monde publicaba un jugoso artículo del presidente Sarkozy acerca de algo que le ocupa mucho los últimos meses, la identidad francesa, y de paso de lo que Zapatero llamó de manera jolgoriosa Alianza de Civilizaciones, que aun no sabiendo en qué consiste semejante cosa, sospecho que no tiene nada que ver con la situación de Aminetu Haidar, la corajuda activista saharaui en el aeropuerto canario ni con el fracaso de una diplomacia, la española, que muestra en este tablero su tradicional debilidad y se niega de manera reiterada a asumir una deuda histórica derivada de su ocupación y su vergonzoso abandono, ignorado por la mayoría de los españoles. Recomiendo vivamente la lectura de El imperio del desierto, de Ramón Mayrata.

Sarkozy aprovechó la prohibición de los suizos de levantar minaretes fálicos y ostentatorios para hablar del borrascoso laberinto interior en el que se debate una sociedad multicultural y multiétnica, y de la voluntad política de oponer al comunitarismo -algo que al menos en Bolivia está en franca alza y suscita rechazos y adhesiones fervientes-, asimilado por la brava al tribalismo, la nación y la república. Jugoso artículo que excede en mucho las fronteras francesas, en el que se habla también de respetar a los que llegan y se pide a éstos que respeten a los que les acogen. Ampollas.

Y regresemos a ese punto de conflicto irresoluble entre la voluntad de construcción de un estado laico y el avance imparable y abrumador de culturas y religiones que no entienden de laicismos, ni mucho menos de aceptación de leyes penales y civiles independientes de sus textos sagrados y, por eso, en Tarragona tratan de aplicar la sharia mortal a una ciudadana española por adúltera.

Y por idéntico motivo de fondo, la Concapa pone por delante que no acatará ni cumplirá ley alguna que obligue a retirar sus símbolos religiosos de los centros públicos de enseñanza pagados con dinero de todos, creyentes y no creyentes, manifestando de paso una voluntad expresa de desobediencia civil que para otros es causa de persecución judicial.

Cunde la idea de que se persigue a los católicos y se les hace temer si no la llegada del bolchevismo, sí la del impío hedonismo, practicado por católicos y no católicos, y que se les condene si no al circo, sí a las catacumbas.

Hace tiempo que la religión dejó de ser un sistema de creencias y prácticas piadosas, nunca suficientemente individuales y sí con una voluntad de expresión pública y de ecumenismo cuanto más obligatorio mejor, para convertirse en una ideología política o cuando menos en uno de sus fundamentos, y en un motivo de oposición y de discordia civil, sorda por el momento. El mundo religioso y el mundo laico no se entienden y no se escuchan. Una ideología conservadora, reaccionaria, de innegable inspiración estamental, en la que los pecados sean delitos y viceversa sólo si no se les puede sacar réditos, como a la especulación expresamente condenada por la iglesia en sus papeles mojados (Catecismo de 1992).

Por eso Sarkozy ponía en guardia a los creyentes de todas las religiones contra toda práctica ostentosa o provocadora de su fe, y manifestaba su deseo de que se practiquen religiones discretas, cosa que ha sublevado a los creyentes más practicantes y más amantes de lo ceremonial, que dicen que les quieren enviar a las catacumbas.

Los suizos han concluido, por referéndum, que los minaretes son ostentosos, provocadores y poco discretos. Mucho concluir. Y Sarkozy no les va a la zaga, aunque teniendo como tiene seis millones de musulmanes en Francia, resulta más difícil pedir religiones discretas, y mucho más difícil hacerlo en lugares donde las calles son el escenario de manifestaciones religiosas en las que hasta hace nada participaba el Ejército, la Policía y los legionarios.

Sarkozy habla, claro está, de su laberinto, pero ese laberinto es el de todos los países europeos que, creyendo ser viejos, se decía, se han encontrado de pronto, y con una mezcla de asombro y susto, en pleno proceso de fundación. Carlomagno, el Jeu de Paume, el Imperio, el César, la Cruz, el Orbe... y corre que es un gusto la moneda extra bancaria, los kalasnikov y los bancos que no entienden de identidades, constituciones ni de otros textos sagrados que los libros (electrónicos) de contabilidad.