Arráncales su patria, arrebata sus posesiones, saquea su cultura y, finalmente, intenta -si es que puedes, que no podrás- desfigurar su legítima protesta haciendo de ella una alterada mueca. Podrá entonces suceder que tu mirada quede socavada ante esa otra mirada, la de unos ojos cuya dignidad es más demoledora que todas las mentiras acumuladas por tu impune prepotencia. Ojos más allá del amor y del odio: ojos de Aminetu, arrogantes ojos, de quien sabe morir sin alterar sus pestañas, extinguirse sin venderse y acabar sin defraudar.

Arrogantes pupilas de quien no teniendo nada lo es todo; deslumbrante luz que avergüenza la falsedad del socialismo mercader. Humillarás tus progresistas párpados -qué remedio- ante la firmeza de un pueblo silenciado y vomitado, valedor de la fuerza de quien sabe ser desde el caudal del no tener. Aminetu, fuerza de mujer y pueblo, potente fragilidad que no horada el dios mercado.

Ella es la voz de los sin voz, el orgullo de los despojados de su tierra por una desustanciada civilización incapaz de escuchar la verdadera noticia ni siquiera en su seno, ya que otorga más valor al dinero del gas de Marruecos y al petróleo de Arabia Saudí que al incienso de la verdad que brota en sus desiertos. La única dictadura, quede claro, es Cuba. Nuestro mundo, adiestrado para competir -lo estamos viendo- ha hecho crisis, se ha hecho cruel. Ignora el compartir. Y la peor crueldad, es la indiferencia.

Los pobres molestan. Ante este hecho, José Saramago ha exclamado que la capacidad de desprecio por la naturaleza humana es infinita en la crueldad de algunos. No podemos permitir que muera.

Seremos moralmente más pobres si Aminetu Haidar se muere. Nuestro (¿) socialismo (¿), inédito e ileso, no convence a lo pobres, no entra en los ojos de Aminetu ni en los que, como ella, perciben la realidad desde otro lado. Aún cabe la esperanza.