LA inmigración es una característica de nuestra sociedad a la que nos solemos acercar con muchas ideas preconcebidas y poco entusiasmo por abordar soluciones estructurales. Por ello, este colectivo se convirtió en el primero en verse azotado por el embate de la crisis económica y por ello no es de extrañar que en Vitoria, como en el resto de ciudades, prolifere el fenómeno de los pisos patera. Es obvio que, socialmente, la fórmula tiene poco o nada de conveniente, más allá de aquéllos que se ven beneficiados en términos económicos por esta práctica, al parecer, muy lucrativa. Por otra parte, no es menos cierto que el inmigrante se encuentra con una dificultad añadida a la del autóctono a la hora de acceder a una vivienda: su origen. Este debate controvertido donde los haya enlaza con una reflexión que el secretario general de Cáritas Álava lanza en las páginas de este periódico, respecto a que "pensar que una sociedad se puede construir sobre las ayudas es un error estratégico". Durante esta crisis, las autoridades han hecho un esfuerzo por "mantener" la protección social, un recurso que -por cierto y en honor a la verdad- habrá que recordar que los propios trabajadores se han ganado con sus años de cotización, e incluso se han habilitado nuevos instrumentos para evitar la exclusión. El problema deriva de la magnitud de la crisis y de que muchos de esos inmigrantes que comparten habitación a precio de oro difícilmente tendrán acceso a ayudas públicas porque, probablemente, nunca ha tenido un contrato, por ejemplo. Por eso parece más necesario que nunca dar cuerda a la cometa de que es el empleo "la salida a la pobreza". No se trata, ciertamente, de que sólo la población inmigrante se haya visto afectada por la imparable subida del paro; pero sí que, por su menor cualificación en algunos casos, o simplemente por su situación de ilegalidad, se ha visto concernida mucho antes. Dar la vuelta al sistema productivo y apostar por la formación de los trabajadores es, pues, también una manera de luchar contra la exclusión. Una manera también de poner palos en la rueda a quienes se valen de la debilidad ajena para lucrarse con prácticas de dudosa legalidad y moralidad. Pero en esto, como en casi todo, no vale sólo con acordarse de Santa Bárbara cuando truena; porque cuando viene las vacas flacas es casi imposible tener recursos para acometer un reto de tal magnitud.