el sociólogo estadounidense Robert K. Merton recuperó la tesis de W.I. Thomas que afirmaba un teorema básico para las ciencias sociales: "Si los individuos definen las situaciones como reales, son reales sus consecuencias". Cree Merton que esto es así porque los seres humanos no sólo responden a los datos objetivos sino, y tal vez primordialmente, al sentido que la situación tiene para ellos. Por eso, una vez que han atribuido un sentido, la conducta subsiguiente resulta determinada por aquel sentido.

Suiza ha sido siempre un ejemplo de civilización, neutralidad y democracia. Algo está cambiando en el corazón de Europa cuando sus ciudadanos son capaces de prohibir mediante referéndum un símbolo arquitectónico religioso. Los datos objetivos son que en Suiza sólo existen cuatro minaretes que además están desprovistos de su capacidad funcional ya que no se llama a la oración en ellos porque otra normativa para la prevención de molestias sonora así lo prohibía. ¿Silencia esa misma norma a las campanas de las iglesias suizas? De los 400.000 musulmanes que allí se han censado ignoro cómo casi un 12% son ciudadanos suizos de pleno derecho. La comunidad musulmana representa el 4,3% de la población. Una población que a partir de esta semana no podrá expresar sus creencias con libertad.

Los minaretes, esas amenazadoras lanzas del islamismo radical, son al parecer más peligrosos que los misiles, las ametralladoras o las minas antipersonal ya que los mismos ciudadanos que han prohibido ese símbolo decorativo e inútil de los musulmanes han rechazado otra iniciativa para prohibir la exportación de armamento que había sido lanzada por grupos pacifistas y de izquierda. Con un 68% de los votos a nivel federal, y de manera unánime por todos los cantones, el texto ha sido tumbado sin paliativos y las reacciones de satisfacción se han reflejado en los medios económicos, contrarios a la propuesta. Mensaje recibido: armas sí, musulmanes no. Claro, pero se nos olvida acaso que Suiza es el paraíso fiscal por excelencia, una isla tropical rodeada de preciosas montañas de dinero que ha burlado la incapacidad del honrado ciudadano medio de eludir sus responsabilidades sociales. ¿Se podría plantear un referéndum para que se acabe de una vez por todas con los paraísos fiscales, con el secreto bancario, con la impunidad del sistema financiero internacional? ¡Qué ingenuidad! En Sevilla, donde la lluvia es maravilla, se plantearon hacer un referéndum para ver si se permitía la construcción, no de un minarete, sino de toda una mezquita. ¡Para qué andarse con rodeos! ¿Y por qué no proponer directamente un referéndum para ver si es legal o no ser musulmán?

Este referéndum en Suiza representa el colmo de la sinrazón política europea. Como "la profecía que se cumple a sí misma" la islamofobia no hace otra cosa que agitar el fundamentalismo radical islamista sirviéndoles en bandeja de oro una argumentación inapelable: "No nos quieren allí, nos tratan como escoria, su democracia y libertad son pura hipocresía". Pero no hace falta irse a columpiarse con Heidi para que a uno se le ponga la piel de gallina. En su edición del 27 de noviembre, un diario vizcaíno publicaba una entrevista con un ciudadano vasco que había sufrido una agresión con arma blanca en la cara por besar a su compañero sentimental. A pesar de reconocer que todo sucedió como "un flash, un microsegundo" y que "si le viera otra vez, posiblemente no le reconocería, sólo tengo grabada la expresión de su cara: absolutamente de odio" afirmaba con rotundidad conocer el origen del agresor: "Las facciones de su rostro eran claramente las de un hombre de origen árabe", y remata su declaración afirmando que pudiera ser que no fuera una agresión homófoba ya que "le podría haber pasado a cualquiera: porque no lleves velo o porque un niño coma un bocadillo de chorizo". Finalmente reflexionaba: "Por una parte, no quiero decir lo que pienso, porque es injusto meter a todas las personas de una religión en el mismo saco, pero ahora siento que no puedo salir a la calle, que están por todas partes y que te pueden atacar en cualquier momento. Esto clama al cielo. Y no me considero racista. ¿Cómo podría serlo si allegados míos tienen otra nacionalidad? En este caso, él fue el racista".

Que la víctima de un peligroso fanático se exprese de ese modo es comprensible. Pero que la sociedad tome por verdaderas estas afirmaciones y las haga suyas a través de los catalizadores políticos, significa el suicidio de la democracia y la libertad en Europa.