tras el sí irlandés por una clara mayoría, pero en segundo referéndum y a cambio de onerosas concesiones, y tras la superación de los obstáculos checos -segunda decisión del Tribunal Constitucional y las concesiones al presidente Klaus para una reserva checa, similar a la británica y polaca- la entrada en vigor de los nuevos Tratados de Lisboa, el Tratado de la Unión Europea y el Tratado de Funcionamiento de la UE es efectiva desde mañana 1 de diciembre, una fecha histórica.

Igual que ocurrió con el tratado de Niza, el hecho de someter la ratificación a un doble referéndum en Irlanda nos ha dejado un sabor amargo. Es positivo que el nuevo sistema entre en vigor, ya que la situación institucional actual de la Unión bajo el esquema de Niza no es ágil. Sin embargo, el precio ha sido muy alto desde la perspectiva democrática: el resultado del primer referéndum no ha valido en Irlanda para impedir la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, pero sí valió en Francia y en los Países Bajos para enterrar la Constitución Europea. Esto nos plantea pensar cuál sea la mejor fórmula de ratificar un Tratado europeo en el futuro. ¿Se deberá exigir la unanimidad de los Estados Miembros o debería bastar con la ratificación en una doble mayoría cualificada de Estados y poblaciones permitiendo a los recalcitrantes decidir si aceptan el resultado de la mayoría o si se retiran de la Unión? La cuestión no es baladí; incluso con la útil fórmula de las cooperaciones reforzadas, futuras reformas de los Tratados serán tan inevitables como endiabladas.

¿Por qué no celebrar una ratificación doble, Estado-por-Estado, y en referéndum en el conjunto de la UE, entendida como única circunscripción? Cada Estado optaría por sus tradiciones constitucionales a la hora de la ratificación. Para algunas culturas políticas es inconcebible una ratificación democrática sin referéndum, pero para otras es un instrumento de manipulación de las masas y no permite una genuina discusión ceñida a los problemas que plantean los tratados. Tras esta primera ola de ratificaciones estatales se procedería a una ratificación global de la Carta Magna Europea el mismo día por mayoría simple de los votos emitidos por la ciudadanía europea, considerada como un único poder constituyente. Una vez dado el visto bueno estatal, se trataría de recabar una legitimidad popular cívica. Esta fuente de legitimación ciudadana figuraba en el Tratado Constitucional pero se ha perdido en los Tratados de Lisboa y de debería retomar: Europa será lo que su ciudadanía desee.

El Tratado de Lisboa entra pues en vigor y la Presidencia sueca será la última rotatoria de la UE. Quizá se gane en eficacia pero se deja de apoderar a los Estados, grandes o pequeños, en el timón de la UE. La española será una mera Presidencia semestral del Consejo de Ministros, aunque servirá para fijar el rumbo inicial en este entramado pluri-cefálico: Presidencia rotatoria semestral del Consejo, presidente electo del Consejo Europeo (30 meses en manos de Van Rompuy, belga flamenco), presidente de la Comisión (Barroso, portugués), Alta Representante de la Política Exterior y vicepresidenta de la Comisión (Ashton, británica), y presidente del Parlamento Europeo (Buzek, polaco, nacido en lo que es actualmente Chequia).

Aterrizando en Euskal Herria, ¿qué podemos decir sobre nuestra participación y nuestro interés en estos procesos? Caben dos tipos de respuesta; una institucional sobre el seguimiento y la influencia de nuestras instituciones en los debates de elaboración, negociación, control, ratificación e implementación y otra civil sobre las posturas, actitudes y posicionamientos de nuestra ciudadanía, individual u organizada, en distintas redes o partidos políticos de ámbito nacional, estatal o incluso europeo.

La respuesta institucional ha sido escasa. No se han creado ámbitos de control político, seguimiento, monitorización de los procesos constitucionales europeos con participación ciudadanía (debates públicos abiertos, sesiones de debate y control?). Los discursos oficiales hablan de la democracia participativa pero la práctica no se corresponde. Respecto de la sociedad civil, constatamos consternados que partidos políticos, sindicatos, asociaciones empresariales, organizaciones en general, incluso medios de comunicación, ni participan en el debate europeo ni animan a la ciudadanía a hacerlo.

Craso error. Europa es nuestra plataforma para situarnos en un mundo globalizado y para mejorar Europa debemos participar. Muchos deseamos que se reafirme en la tradición humanista e ilustrada, que afiance el modelo democrático, social y sostenible, que impulse la gobernanza multinivel, que haga predominar todos los Derechos Humanos, también los socio-económicos y respete la multi-culturalidad mediante el diálogo respetando la diferencia y el disenso. Para quienes esto no sean más que palabras encubridoras de una agenda neoliberal, recordaremos una cruda realidad: el proceso de integración europea es como una bola de nieve ladera abajo, cada vez más abarcadora, más rápida, más fuerte. De poco sirve ignorarla.