Tiempo atrás, y como respuesta a un artículo (favorable al aborto) aparecido en un periódico, expuse mi opinión contraria. Pero no sólo por razones religiosas, sino por otras de distinto índole.

Quiero indicar que hoy mantengo igual postura, y con total respeto a quienes no comparten la mía.

Pero la sonora intervención de algunos prelados, con críticas y condenas, según se actúe en la valoración de las reformas que se presentan en la vigente Ley de Aborto, me llevan a unas reflexiones:

1. Es conocido que la vigente ley, aprobada en el Congreso de los Diputados, hubo de ser asumida, firmada y sancionada por el jefe del Estado para adquirir tal carácter. (También es conocido el caso de Bélgica, donde su rey Balduino abdicó siquiera temporalmente, antes de firmar y sancionar la Ley de Aborto que le presentaron para su sanción).

2. Asimismo, es conocido que el pasado mes de octubre se celebró en Madrid una manifestación (a favor de la vida y en contra del aborto) en la que estuvieron presentes políticos que en su periodo de gobierno (2000/2004), por ejemplo, no derogaron la citada ley, a pesar de contar mayorías absolutas en el Congreso y Senado.

Y a mí no me consta que, en ninguno de los casos citados, se elevaran críticas y mucho menos condenas de excomunión, etc..., por lo que me cuesta entender el vocerío actual.

Lo manifiesto con harta pena: la intervención de algunos prelados (a la vista de los antecedentes) entiendo que no ha sido acertada ni edificante, pues estimo que se ha dado "la imagen de callar y transigir ante el poderoso y vapulear al menesteroso y pequeño".