hOY 25 de noviembre es un buen momento para repetir lo evidente, que son demasiados los hombres que recurren a la violencia en cualquiera de sus formas para imponer a las mujeres sus deseos. Nuestra sociedad ha sufrido fuertes cambios en cuanto a la situación social, privada y pública, de hombres y mujeres, fruto principalmente del feminismo y de aquellas mujeres, organizadas o no, que reivindicaron sus derechos frente a una situación injusta. Los mandatos de género, lo que se espera y exige de nosotros y nosotras, no son entidades homogéneas y cerradas y afortunadamente presentan cada vez mas grietas y aparecen nuevas realidades.

Estos cambios han generado la opinión de que la igualdad es un hecho, que tener leyes más democráticas, la visibilización cada vez mayor de mujeres en los ámbitos públicos y privados de poder garantiza la igualdad de oportunidades y en todo caso pertenece a la libre decisión de las personas su ejercicio. Sin embargo, el número de mujeres asesinadas anualmente o que el 40% de las que denuncian actitudes violentas está por debajo de los 30 años, nos demuestra no sólo estar lejos de esa igualdad real, sino que en las jóvenes generaciones se sigue reproduciendo la violencia machista.

En muchos hombres y algunas mujeres se ha instalado también la idea de que en su ámbito personal y en su esfera individual no se reproducen actitudes machistas, y afortunadamente en cada vez más casos es así. Sin embargo, tenemos que fijarnos en los beneficios que nos ocasiona a los hombres esta desigual organización social, económica y política y cómo por serlo (hombres) gozamos de más tiempo libre y de ocio; tiempo que las mujeres tienen que dedicar a tareas de cuidado, cómo nuestro concepto de la seguridad a la hora de caminar por nuestras pueblos y ciudades es diferentes, cómo nuestra vida afectiva y sexual se construye desde una mayor libertad, o cómo seguimos proyectando nuestra valía en el exterior, en los logros económicos y sociales, lo que nos lleva a sobredimensionar nuestra ocupación del espacio, de la plaza publica. Seguimos demasiado cerca de ese modelo masculino mayoritario que también limita a los hombres.

Entre esas grietas de cambio que se están agrandando gracias a la acción por la igualdad aparecen cada vez más hombres que tanto individual como colectivamente tomamos posición contra violencia hacia las mujeres pensando que es un problema del conjunto de toda la sociedad y no de sólo de una parte de ella. (...)

Es posible, y creo que cada vez más necesario, construir un espacio de cambio hacia la igualdad, no sólo de denuncia de la violencia hacia las mujeres, entre mujeres y hombres. Un lugar de encuentro, de diálogo y colaboración, donde podamos hombres y mujeres avanzar en conseguir nuevas cuotas de igualdad y donde podamos dibujar o desdibujar nuevos perfiles personales y colectivos. Un espacio que inevitablemente conlleva el libre intercambio de ideas, la discrepancia, la posibilidad de equivocarse e incluso la de acertar. Hacer más grande ese territorio común podrá mejorar y aumentar esa masa critica de mujeres y hombres que trabajamos por la igualdad.

Nuestra sociedad cambiante y cada vez más compleja nos obliga a matizar y rehacer nuestros discursos por la igualdad y contra la violencia, no porque el núcleo duro de la desigualdad entre mujeres y hombres haya desparecido, sino porque adopta otras formas y porque afortunadamente algunas cosas sí están cambiando, y no reconocerlo sólo nos hará alejarnos del conjunto de la sociedad. No podemos perder la capacidad de crítica de algunas medias legales o sociales que se ejercen contra la violencia sólo porque su debate es complicado, poco popular y en ocasiones demasiado mediatizado por los cálculos políticos. Analizar la efectividad de las órdenes de alejamiento, de la custodia compartida, etc. debería estar ligado al respeto a la autonomía la de las mujeres, a pensar en ellas como sujetos activos y alejarnos de absolutos que sitúan simplemente a las mujeres como víctimas y a los hombres, en genérico, como victimarios. Y seguramente no sólo tendremos que adaptar nuestros discursos sino nuestras escenas de acción.

No existe contradicción entre el mantenimiento lógico y necesario de los espacios propios de mujeres y a aparición de una red, pequeña y modesta, de grupos de hombres igualitarios y la construcción de espacios mixtos. Por ello participaremos en los actos de hoy contra la violencia hacia las mujeres, denunciando los juegos sexistas, intentando construir modelos de paternidad igualitaria o cuestionándonos nuestro papel masculino en este modelo de amor romántico, esa visón del amor única, engrandecida y limitadora y su terrible relación con tratarse mal, con el maltrato y la violencia hacia la pareja. Pues todo esto, entre otras cosas, forma parte el sustrato donde nace y se construye la violencia contra las mujeres.