Desde hace unos años las rotondas constituyen una solución práctica para evitar los atascos provocados por los cruces, a donde acceden y de donde salen coches en varias direcciones. Los hay de todos los tipos y tamaños, e incluso se habla de sus variantes como las rotondas turbo inventadas en Holanda, las rotondas con atajo que nos evitan entrar en el ruedo. Y si se fijan, también hay rotondas con semáforos en algunas de sus entradas o salidas. Son rotondas con tapón, con una interrupción momentánea de la circulación en algún sentido. Si los tres semáforos de una rotonda de cuatro brazos estuvieran permanentemente en rojo, la rotonda no funcionaría. Sería simplemente un cambio de sentido para volver al lugar de origen.
La crisis se asemeja a una rotonda con las tres salidas taponadas con semáforos en rojo y sin atajos. No hay otra opción que seguir dando vueltas con la única posibilidad de volver al lugar del que venimos. En la crisis estamos en movimiento en la rotonda y, como no queremos o podemos salir por alguna de las salidas posibles, nos alegramos al ver los brotes verdes en el mismo sitio donde estábamos unos años antes de que éste se convirtiera en un páramo. Estos brotes significan que hay luz verde en el carril de vuelta por el que llegamos a la rotonda, y esto nos alegra por la irracional seguridad de volver a lo que se conoce, aunque esté lleno de problemas no resueltos.
La primera salida en la rotonda es una zona de velocidad limitada, que requiere bajar la velocidad del consumo y con ello aumentar la calidad de vida. Es la salida por donde cambia el valor del tiempo y lleva a un lugar donde se considera que hay que distribuir el trabajo existente, reducir el paro, redistribuir los salarios y disponer de tiempo para las tareas familiares, la atención a los mayores y para una dedicación mucho más cualitativa en la educación de los peques. A esta salida la llamaremos de la calidad de vida.
El semáforo está puesto en rojo por quienes lideran las decisiones económicas y conducen los planes y presupuestos de los países. Siguen apostando por el crecimiento del consumo y no la distribución del trabajo como criterios en la resolución de la crisis.
La segunda salida es la del empeño por aumentar el valor, la calidad y cantidad de lo que cada uno hace. Esta salida requiere aprender más, producir más por menos, estudiar siempre, trabajar con interés. En resumen, un aumento de la competencia personal y de la cooperación para dejar de ser competitivo y ser mucho más competente. Ese semáforo también está en rojo, y somos todos y cada uno de nosotros los que lo mantenemos luchando por el máximo sueldo y el mínimo trabajo. Dicen que los suizos piensan que ganando unos salarios tan altos en relación con los europeos deben trabajar más que ellos. A esta salida la llamaremos ser muy competentes y responsables y lo pone en rojo nuestra forma de ser, aprendida con los años y con un tiempo de confort económico que era falso.
Y la tercera salida nos lleva a una revisión profunda de las instituciones públicas y políticas, en su capacidad de dirigir y motivar a una sociedad cada vez más compleja y de la que se alejan a marchas forzadas. Un espacio donde lo público se construya desde lo eficiente y comprometido con el ciudadano y no sobre él, y donde se sienta que los costes de lo público deben rendir resultados para los ciudadanos. Estos tiempos hacen evidente su incapacidad para cambiar el rumbo de los acontecimientos, cuando estos son graves, como es el caso del momento presente. La reforma de las instituciones públicas, los partidos políticos, las competencias de la Administración y su enlace con el progreso social es la tercera salida. A esta salida llamaremos nuevos modos de gobierno. El semáforo está puesto en rojo por las propias instituciones y partidos que se arrogan una representatividad cada vez más cuestionada, pero cada vez con más capacidades mediáticas, económicas y legislativas de influencia en la vida de los ciudadanos.
Los tres espacios de salida que se presentan detrás de la rotonda son muy compatibles y quizás sean un mismo sitio, ése que se oculta tras la rotonda y por el que nadie está dispuesto a arriesgar cediendo en algo suyo para acercarse con coraje a lo inevitable, que llegará. La seguridad nos paraliza porque no sabemos lo que nos perdemos por temer perder lo que tenemos, aunque esto no sea lo que queremos. La resistencia a cambiar o a perder lo que tenemos no se corresponde con los planos de lo racional, sino que supera la lógica y nos paraliza de forma irracional. Por eso tenemos los tres semáforos en rojo.
Y la pregunta es que si los que dirigen lo económico, los ciudadanos de a pie y la Administración no quieren cambiar lo que hay -sólo reparaciones de poco calado-, ¿qué podemos esperar de la salida de la crisis? Pues poco horizonte nos queda. Sólo volver por donde hemos venido, que no nos conduce a mejor. Por eso, si ve brotes verdes o le dicen que se ven, cuando esté dando vueltas a la rotonda no se entusiasme, porque le lleva al mismo sitio de donde vino, que no debía estar muy bien según decimos ahora. Y si tiene ocasión, cuando se encuentre dando vueltas en la rotonda de la crisis, harto de ver los tres semáforos en rojo, y si encuentra la rotonda turbo o ese atajo, pase de lado el semáforo rojo, no lo dude. Intente construir rotondas atajo con quien quiera trabajar con usted con este fin y circule cuanto antes por ellas -otros le seguirán- porque en el espacio amplio que hay detrás de esta rotonda hay calidad de vida .
* Aldaizea, Ingeniería de ideas