SI no fuera porque está más que demostrada la tendencia ultraconservadora de la actual cúpula del episcopado español, el nombramiento que la Santa Sede ha decidido de José Ignacio Munilla como obispo de Donostia no pasaría de ser considerado como un relevo natural del obispo Juan María Uriarte, dimisionario por la lógica razón de sus 76 años. Pero la realidad es que hay una clara decisión por parte del presidente de la Conferencia Epìscopal Española, Antonio María Rouco Varela, de rectificar la línea pastoral que desde hace más de dos décadas lleva adelante la Iglesia Vasca. Esa línea pastoral ha sido interpretada de manera absolutamente parcial por los creadores de opinión y los grandes medios, reduciéndola a posicionamientos políticos que jamás se dieron pero que políticamente interesaba resaltar en la implacable ofensiva contra el nacionalismo vasco personificando primero en Setién y después en Uriarte el compendio de todos los males. La trayectoria pastoral de ambos obispos, por el contrario, ha sido la de una Iglesia cercana al pueblo al que sirve, mediante iniciativas pastorales participativas y enormemente activas en consonancia con las orientaciones más progresistas del Concilio Vaticano II. Pues bien, quien ha sido designado como sucesor de Uriarte, José Ignacio Munilla, durante los años en que ejerció de sacerdote en Zumarraga, rehusó asistir a las frecuentes reuniones pastorales que celebra el clero a nivel de zona y de diócesis, reuniones en las que también participan seglares. Son precisamente estos sectores cristianos más activos, los más participativos, los que expresan su perplejidad por el nombramiento de quien jamás ha colaborado con ellos y ha trabajado por su cuenta y al margen de la organización pastoral de la diócesis. Su formación en el seminario de Toledo, modelo de orientación integrista para los aspirantes y al que Munilla ha enviado a varios jóvenes, le sitúa doctrinalmente lejos de la trayectoria progresista impulsada por sus antecesores y mayoritariamente mantenida por el clero guipuzcoano y las comunidades cristianas que trabajan con él. No es normal que el obispo dimisionario haya tenido que pedir expresamente a los católicos que le van a recibir que le reconozcan "como legítimo pastor".