UNA ideología es un conjunto de ideas fundamentales que buscan la conservación o la transformación de un sistema económico, sociopolítico, etc. Su objetivo es acercar la sociedad ideal que propugna a la realidad social en la que pretende influir. Por esta relación entre necesidades sociales e ideas, las ideologías han tenido un papel fundamental en las sociedades humanas hasta bien entrado el siglo pasado, cuando fueron cuestionadas en la medida que sus prácticas se alejaban de los ideales que propugnaban. La ideología está al servicio de la persona, y no al revés; y cuando no se percibe así por carecer de vivencias, se produce la crisis hasta el punto de haberse proclamado "el fin de las ideologías" y encontrarnos en tiempos de desesperanza.

En medio de este marasmo, ha caído en mis manos una entrevista diferente a Henning Mankell, un escritor que se ha hecho famoso por el éxito de sus novelas policiacas. Es lo que tiene la popularidad, que permite disponer de un amplio espacio mediático, al contrario que otros pensadores de prestigio cuyas opiniones quedan sepultadas por las de los personajes que venden.

Pues bien, este buen novelista y dramaturgo sueco afirmaba en dicha entrevista que la cuestión básica en la que sustenta su militancia personal se llama solidaridad porque, sin ella, "es difícil crear una sociedad justa". Para explicarlo recurre a una historia que suele contar a los jóvenes: "Imagina que te encuentras en casa viendo televisión y en un momento dado escuchas que alguien grita en la calle pidiendo socorro. Tienes dos opciones: subir el volumen o bajar a la acera y tratar de ayudar. La solidaridad pesa más que las ideologías. Muchas personas creen que esa fraternidad se identifica con un tipo de emoción, y es verdad, pero también es algo racional que tiene que ver con la inteligencia; si quiero que mis hijos tengan un mejor futuro, debo procurar que los otros también lo alcancen".

Solidaridad como forma de comprometerse y compartir la suerte de aquel con quien me hago solidario. Estamos ante uno de los principios de la filosofía social que hunde sus raíces en la teología cristiana (fraternidad) y en la ciencia del Derecho (responsabilidad compartida). Una actitud extraña en el mundo competitivo actual que, sin embargo, algo tendrá cuando se ha puesto tan de moda el marketing solidario.

Somos seres sociales para compartir cargas y ayudarnos a crecer juntos. La solidaridad es algo justo y natural. Cuando falla, no hay ideología que valga. Porque estamos fallando cuando nos empeñamos en que el desarrollo no necesita de la solidaridad para serlo. Lo explica muy bien la metáfora de la paloma que utilizó Kant para refutar la filosofía de Platón. Decía Kant que la paloma, cuando siente la resistencia del aire al volar ligera y libre, puede tener la tentación de imaginarse que volaría mucho mejor aún en un espacio vacío, sin darse cuenta de que lo que parece resistencia y oposición, es el punto de apoyo que le hace posible mantener el vuelo. Si laminamos la solidaridad para avanzar más rápidamente en la consecución social del modelo que pretendamos implantar, el batacazo en forma de deshumanización está servido.

Nuestra naturaleza nos enseña que cuando somos solidarios con los demás, estamos siendo solidarios con nosotros. Conocemos bien el resultado de vivir desde el individualismo, el consumismo y el éxito inmediato: una civilización en decadencia. Deberíamos, pues, intentar conducirnos desde la solidaridad fraterna que nos señala Mankell, empezando por el entorno próximo. Sería una buena inversión para un año interminable por la crisis. No es una propuesta novedosa, ni fácil, pero muy sensata. Porque lo cierto es que la crisis ideológica nos ha llevado a otra aún más grave, a la crisis de convivencia. Dos por el precio de una.