50 años de la muerte de Picasso
Picasso, sus 10 obras imprescindibles

La vida (1903)

En el año 1900, Pablo Picasso va a la Exposición Universal de París, donde expondrán uno de sus cuadros, junto a su amigo Carles Casagemas, también pintor. En la capital francesa, Casagemas se enamora de una modelo llamada Germaine, pero, a pesar de que ella lo rechaza, él no deja de insistir. Una noche, en el Café Hippodrome, intenta matarla con una pistola, pero falla y se dispara en la cabeza.

Este suceso da lugar al período azul del artista malagueño, caracterizado por los tonos y los temas oscuros. En ‘La vida’, podemos ver a Casagemas junto a Germaine. Sin embargo, esta pintura esconde mucho más de lo que dice. En un primer momento, el hombre no tenía el rostro que muestra el resultado final, sino el del propio Picasso, como una especie de alegoría del amor que compartían hacia la modelo. Además, el cuadro está pintado por encima de otro anterior, que fue precisamente el que presentó en la Exposición Universal a la que fue con su amigo.

Chico con una pipa (1905)

En esta pintura vemos al ‘pequeño Louis’, un adolescente de Montmartre que solía visitar el taller de Picasso, con una pipa y una corona de flores.

Este cuadro abandona el período azul del artista para pasarse al rosado, que abandona los colores y los temas apagados para adoptar unos naranjas y rosas más alegres. Sin embargo, la depresión en la que estaba sumido el malagueño no había desaparecido aún, solamente se había suavizado. Esto fue posiblemente debido a Fernande Olivier, modelo y artista con quien inició una de las relaciones sentimentales más importantes de su vida y la única antes de obtener la gran fama que alcanzaría tiempo después.

Autorretrato (1907)

La obra es una fase de transición hacia el cubismo que luego caracterizaría a Picasso. Para hacerlo, el artista se inspiró en lo que en aquel momento se llamaba ‘escultura negra’: arte originario de África, la Polinesia y Oceanía.

De hecho, el malagueño pintó este autorretrato tras adquirir una estatuilla de este estilo en un bistró y estudiar máscaras tribales durante sus frecuentes visitas al Museo del Hombre, ubicado en la plaza del Trocadero de París.

Las señoritas de Avignon (1907)

A pesar de lo que el título del cuadro pueda sugerir, las mujeres que aparecen en este cuadro no son de la ciudad francesa de Avignon, sino de la calle Avinyó del Barrio Gótico de Barcelona, famosa por la abundancia de burdeles. Picasso nos muestra aquí a cinco prostitutas de la Ciudad Condal en un estilo cubista, antes incluso de que se convirtiera en un movimiento. De hecho, fue esta obra la que lo generó.

Las figuras de las cinco mujeres están formadas por una serie de planos angulares que se van viendo más marcados de izquierda a derecha. Muchas personas creen que esta progresión es una metáfora de los peligros de las enfermedades venéreas, que en la época estaban muy extendidas entre la comunidad artística de París.

Los tres músicos (1921)

Picasso sintió una gran pasión por el teatro toda su vida. Precisamente, este cuadro está estrechamente vinculado con la comedia del arte, un género que el malagueño descubrió en Nápoles durante su viaje a Italia.

En esta pintura aparecen tres figuras fundidas entre sí: un Pierrot tocando el clarinete, a la izquierda; un Arlequín con la guitarra, en el centro, y un Monje cantando con una partitura en sus manos, a la derecha. En el fondo, a los pies del Pierrot, aparece también un perro. El estilo de esta obra es el cubismo sintético.

El sueño (1932)

Este cuadro es el primero de la serie de retratos a mujeres durmiendo que Picasso pintó. El artista tuvo como modelo a Marie-Thèrése Walter, quien fue su amante mientras estuvo casado con su primera mujer, Olga Jojlova.

Aquí Picasso abandona las formas rectas para aportar volumen a la composición mediante círculos. Así, retrata a su joven amante durmiendo semidesnuda y con la cabeza ladeada. En su rostro podemos ver una línea que une la frente y los labios para dibujar su perfil.

Chica frente a un espejo (1932)

El tercer retrato de la serie de mujeres durmiendo nos muestra de nuevo a Marie-Thèrèse, pero esta vez mirando su reflejo en un espejo. Sin embargo, la imagen se muestra distorsionada, hecho que ha dado pie a numerosas teorías acerca de su significado: la vanidad, la vejez, la muerte…

El malagueño dibuja a su amante en su característico estilo cubista, mezclando planos, líneas y colores de manera que el espacio queda deformado pero, aun así, bello.

Desnudo, hojas verdes y busto (1932)

Picasso retrata una vez más a su joven amante durmiendo desnuda. Tras ella, una planta de largos tallos terminados en hojas y un busto, elementos que le dan nombre al cuadro.

El estilo continúa siendo el cubismo, aunque en esta ocasión resulta más sencillo distinguir los planos que componen la pintura debido a la posición de cada objeto y a los colores. Las figuras no aparecen fundidas entre sí como en obras anteriores del artista, sino que todas ellas poseen una independencia apreciable a simple vista.

Guernica (1937)

Picasso quiso, con este archiconocido cuadro, denunciar los horrores de la guerra utilizando el ejemplo del bombardeo que la aviación nazi ejecutó sobre Gernika, masacrando en el proceso a la población civil y reduciendo la villa a escombros.

Para documentar el suceso, el artista plasmó en un lienzo de casi cuatro metros de alto por más de ocho de ancho un reflejo del terror y la desesperación que se vivieron en la localidad vizcaina. Lo hizo en blanco y negro para evocar las fotografías de los periódicos.

Durante la ocupación alemana de París, los nazis visitaban con frecuencia el taller del malagueño para pedirle información acerca de artistas judíos. En lugar de eso, Picasso les daba una postal con la imagen del ‘Guernica’. Una vez, un embajador nazi cogió la tarjeta y dijo: “¿Ha hecho usted esto?”, a lo que él respondió: “No, lo han hecho ustedes”.

Retrato de Dora Maar (1937)

Picasso pasó el verano de 1936 en la Costa Azul, en un pueblo al lado de Cannes. Fue en esos meses cuando conoció a Dora Maar, una joven fotógrafa que se convirtió en su amante. En otoño, el artista comenzó a retratarla, alternando sus cuadros con los que pintaba de Marie-Thèrèse.

El pintor refleja a la mujer como elegante y sofisticada. Dibuja su rostro de frente y de perfil simultáneamente y en su paleta utiliza colores muy intensos, mezclando tonos oscuros con otros muy vivos. Destacan las formas puntiagudas que podemos ver muy claramente en sus uñas, pero también en su vestimenta.