ientras el mundo entero sigue el desarrollo de la situación en Ucrania y el pulso entre Putin y una buena parte del mundo, el presidente chino Xi Jinping es el tercer hombre en el dialogo abierto entre Washington, Moscú y Pekín. A China, que ha llevado durante décadas una diplomacia enigmática, en que ha querido nadar y guardar la ropa a la hora de tomar posiciones ante diversos bloques políticos, le es muy difícil ahora continuar con esta estrategia: en el enfrentamiento Rusia-Ucrania puede mantener el silencio, pero lo que no puede es hablar sin declarar donde está

Y parece que está más bien con Rusia que con Ucrania, lo que le puede acarrear una serie de consecuencias desagradables. A la reticencia que sus vecinos ya tienen ante lo que les parece más expansionismo chino, junto con un crecimiento económico que les preocupa cada vez más, se añade ahora la preocupación de un posible eje chino-ruso que ven como un amenaza mundial.

China tal vez quiera dar la imagen de un poderío exclusivamente económico y no expansionista, pero en el caso de Moscú, el otro eje de esta nueva alianza, es difícil defender semejante tesis cuando la actual Rusia es el resultado de siglos de una política que convirtió el originario Ducado de Moscovia en un imperio europeo-asiático extendido por 11 franjas horarias.

Hemos oído repetidamente que Rusia siente la necesidad de defender sus territorios y para eso se rodea de un cinturón de seguridad, pero quienes se han visto obligados a formar parte de este cinturón han intentado marcharse a otros ámbitos internacionales, como ocurrió con las naciones del Pacto de Varsovia que han hecho grandes esfuerzos por integrarse, si no en la Unión Europea, por lo menos en el sistema político y económico occidental. En el caso de Ucrania, Rusia tiene un interés particular y diferente del que pueda haber ante otros estados que en su día formaron parte de la Unión Soviética y de los que se hallaban en el forzado Pacto de Varsovia. Zwigniev Brzezinski, quien fuera asesor de seguridad de Estados Unidos con el presidente Carter, comentaba que Rusia tan solo podía tener ambiciones imperiales en una unión con Ucrania y apenas tenía horizontes de potencia internacional si no controlaba este país que había sido la cuna de Rusia.

La presión de las sanciones internacionales ha llevado al presidente ruso Putin a buscar apoyo en Pekín donde el presidente chino Xi Jinping no se ha declarado abiertamente en favor de la agresión rusa en Ucrania, pero ha criticado las sanciones internacionales contra Rusia y es ahora el mejor aliado de Moscú... y también su mejor cliente.

Porque el gas que Rusia ya no puede vender a la Europa Occidental es más que bien venido en China que prácticamente le ha garantizado que va a seguir cobrando por sus exportaciones energéticas. Más aún, ambos países pueden trabajar al margen del sistema monetario internacional que ha aislado a Rusia.

Para Jinping la situación parece ofrecer una serie de ventajas: de la alianza con Moscú es prácticamente seguro que se va a beneficiar más China que Rusia, entre otras cosas porque, si Putin puede conseguir como máximo algunos de sus objetivos en Ucrania, a un precio exorbitante en vidas y erario China podría ver más fácil el camino hacia Taiwan, el país que quiere asimilar como ha hecho con Hong Kong, a pesar de los acuerdos establecidos al tomar posesión de lo que fuera colonia británica.

China ha sido un fracaso para los expertos en relaciones internacionales del mundo occidental: la teoría que dominó hasta no hace mucho, es que el crecimiento económico llevaría a unas corrientes democratizadoras semejantes a las del mundo desarrollado occidental. Con ellas, Pekín iría abandonando las tendencias autoritaria que la caracterizan.

Pero la realidad es que Pekín abandonó el Marxismo en favor de una economía de mercado, pero se mantuvo fiel al Leninismo y son los líderes comunistas quienes dirigen los destinos del país. No solo eso, sino que las grandes empresas que están dirigidas por normas de mercado semejantes a las occidentales, no tienen las libertades económicas ni la independencia de que gozan las empresas del mundo capitalista, sino que sirven al amo de la dirección política del país.

Contrariamente a lo ocurrido en otros países, que anhelaban acercarse a los modelos occidentales y capitalistas, China había vivido tan solo un paréntesis en su posición de liderazgo internacional: hasta el siglo XVII, constituía la mayor potencia económica del mundo. Los avances técnicos y las nuevas realidades económicas dieron al traste con esta supremacía, pero el país ha ido recuperándose para convertirse en la segunda potencia económica del mundo, a punto de pisarle los talones a Estados Unidos y aspira en ocupar su lugar.

Cierto que su renta per cápita la sitúa muy atrás en la escala internacional, pero a la hora de proyectar Pekín tiene motivos para creer que la situación actual y su acercamiento a Moscú le hará más fácil ocupar el lugar que había tenido antes de la Revolución Industrial. De la alianza con Putin, Pekín tiene razones para esperar mucho más que Moscú.