El revuelo armado con el intento demócrata de inhabilitar al presidente Trump ha hecho olvidar una de las incongruencias mayores del caso: que en realidad Donald Trump ganó la presidencia hace tres años justamente gracias al Partido Demócrata. De no haber decidido éste que su candidato fuera Hillary Clinton, hoy Trump seguramente no sería más que otro millonario más al margen de la política.

Hay que recordar que Hillary es una abogada inteligente con muchas cualidades y habilidades, pero políticamente es un personaje de perfil muy bajo. No tiene carisma, no sabe sintonizar con el pueblo y ha mostrado hasta la saciedad que carece de la astucia y el oportunismo imprescindibles para triunfar en las lides políticas. Y esto no era algo desconocido hace tres años. Pero la conjunción del caciquismo que impera en toda organización de poder -se trata de la esposa de un expresidente- con el sistema norteamericano de selección de candidatos en cada partido mediante primarias, llevó al aparato electoral demócrata a escoger a Hillary como su candidata.

El sistema de selección es en realidad una lucha fratricida sangrienta en la que se exhiben tanto los méritos propios como se intenta desacreditar a los competidores. Y si recuerdan esa precampaña del Partido Demócrata, en ella fueron varios -comenzando por el senador Sanders- los aspirantes que brillaron más que Hillary Clinton. Claro que si esto era evidente para todo el mundo, para los mandatarios del partido era claro en aquellos momentos que no les convenía desairar a un personaje tan popular y con tanta influencia como Bill Clinton. Y la elegida fue Hillary, una candidata -como se vería- que no podía ganar.

Había un tercer factor que favorecía esa decisión: el rival. Donald Trump era entonces un advenedizo a la política, con un historial confuso de éxitos y fracasos empresariales, amén de una fama de malos modales. Parecía un rival fácil de derrotar.

Naturalmente, en esa decisión intervinieron otros factores. Uno esencial fue un pésimo análisis de la situación social del país. Mientras los demócratas daban por sentado que el electorado sería el de siempre, Trump supo movilizar una masa de ciudadanos que habitualmente no acuden a las urnas. Su ariete electoral fue el voto de protesta. Y esa masa de los menos favorecidos estaba concentrada en los Estados menos poblados, pero que cuentan con votos electorales (una peculiaridad de la Constitución que compensa así la desventaja frente a las zonas superpobladas). Y su estrategia electoral y su oratoria incendiaria cogieron desprevenidos a los estrategas demócratas. Y así, hoy en día los EEUU cuentan con un presidente que ganó las elecciones con una minoría de votos populares? y una escasa mayoría de votos electorales.