el súbito incremento de las últimas semanas de fugitivos del hambre que llegan a las islas griegas desde Turquía inquieta mucho en Bruselas y muchísimo en Atenas. Y eso, no tanto por la cantidad en sí (250 diarios) cómo por el temor de que sea el primer paso de un nuevo chantaje de Erdogan a la Unión Europea.
Ello es posible, pero la creciente intolerancia turca con las migraciones clandestinas tiene muchas causas; la mayor parte de ellas son de política nacional.
Para empezar está la cantidad. Solamente el contingente sirio de refugiados residentes en Turquía asciende actualmente a más de 3.500.000 personas. Y si bien Ankara recibe oficialmente de la Unión Europea un pingüe subsidio para hacer frente a este incremento de población -en realidad, el pago es para que impida que los migrantes sigan su camino hacia la Europa rica-, la masa de refugiados constituye una gran carga económica y social. Sobre todo social, porque desde siempre entre sirios y turcos ha imperado un repudio virulento y reciproco.
En especial, las capas más pobres e incultas turcas creen que esa masa de refugiados sirios les quita puestos de trabajo y viviendas subvencionadas. El rechazo social es tan fuerte que hasta el principal enemigo político de Erdogan -el nuevo alcalde Estambul, Ekrem Imamoglu- se ha sumado a la campaña antisirios. Y a todo esto, los sirios no constituyen el grueso de la masa de refugiados; esta la forman los afganos, seguida de los congoleños.
El resto de las razones de la creciente permeabilidad de la costa egea de Turquía son de política exterior. A medida que desciende el apoyo popular al AKP (partido de Erdogan), Ankara se vuelve más y más islamista y nacionalista.
La guerra contra el Estado Islámico la ha aprovechado Erdogan para arremeter con más dureza contra los kurdos y en esta operación hay que situar sus negociaciones actuales con los EEUU y la UE para asentar a los refugiados sirios a lo largo de la frontera meridional para que hagan de tampón entre los territorios kurdos y turcos. También juega un papel -si bien, menor- la lucha por los hipotéticos yacimientos submarinos chipriotas de hidrocarburos. Turquía pretende explotarlos conjuntamente con la mitad otomana de la isla, cosa que rechaza de plano la comunidad internacional y con más énfasis que nadie, Grecia. Es posible que Ankara crea que volver al verano de 2016, cuando cada mes llegaba desde Turquía un mínimo de 200.000 fugitivos a las islas griegas (y luego a la Europa industrial) puedas ablandar esa oposición. En resumen, Erdogan está enseñándole a occidente los dientes migratorios por un puñado de motivos, y el más importante es su propia debilidad creciente.