Groenlandia, isla ártica por cuya compra se ha interesado EEUU, se ha lanzado en la última década a la búsqueda de recursos que sustenten un futuro Estado propio, un deseo frenado por la dependencia económica de Dinamarca. Territorio autónomo del Reino danés, Groenlandia aprobó en 2009, con el apoyo previo de tres cuartos de la población en un referendo consultivo, un nuevo Estatuto que le concede amplias competencias, el derecho de autodeterminación y el control de su subsuelo.

El Estatuto recoge un plan para reducir la ayuda anual de Copenhague a medida que aumentasen los hipotéticos ingresos del rico subsuelo groenlandés, que incluye minerales raros y unas reservas de petróleo que podrían equivaler a la mitad de las de Arabia Saudí. El Gobierno de Nuuk llegó a hablar entonces incluso de una independencia a medio plazo. Pero la crisis económica mundial, la caída de precios de materias primas y los desacuerdos internos sobre el marco legal para las inversiones paralizaron los principales proyectos.

Una comisión de expertos groenlandeses y daneses concluyó en 2014 que, aunque Groenlandia tiene gran potencial, es difícil de traducir por la inseguridad del precio de materias primas y los problemas de extracción y transporte en una isla con déficit de infraestructura y mano de obra y duras condiciones meteorológicas. Con sus 2 millones de kilómetros cuadrados, el 80 % cubierto de hielo, y 56.000 habitantes, la mayoría inuits, Groenlandia sigue dependiendo económicamente en gran medida de la capital danesa. De los 952 millones de euros presupuestados para 2020 por el Gobierno autonómico, más de la mitad corresponden a la ayuda anual de Copenhague, que permite a los groenlandeses mantener un nivel de vida elevado, pero inferior al del resto del reino danés. Mientras la renta per cápita de Dinamarca es de 51.500 euros, la de Groenlandia es de 43.702 -superior a la de la zona euro-, aunque compatibilizar mayor independencia con alto nivel de vida sería “difícil”, advirtió el año pasado el Banco Nacional de Dinamarca.

La economía groenlandesa, que supone menos del 1% del producto interior bruto (PIB) de Dinamarca, ha crecido el último lustro casi un 2% anual, pero con oscilaciones importantes por su vulnerabilidad: depende de la ayuda anual y la pesca, su principal recurso exportador y segundo sector que emplea a más gente, por detrás de la administración pública.

Aparcado el sueño de una independencia inminente -idea que apoya la mayoría de partidos y la población, aunque difieren en los plazos- basada en la riqueza mineral y petrolera, Nuuk apuesta por fomentar el turismo, con un ambicioso plan de reforma de sus aeropuertos de 480 millones de euros, la mayor inversión pública de su historia. La posibilidad de que capital chino, que ya compró licencias para extraer minerales, financiase el proyecto provocó hace un año una inusual intervención de Copenhague, que forzó un acuerdo apelando a las posibles consecuencias en política exterior, en alusión a la preocupación mostrada por Washington. El acuerdo, firmado en noviembre, fija que Dinamarca aporte 94 millones de euros y dé facilidades crediticias por 121 más para construir en un lustro tres aeropuertos, dos internacionales, mientras recibe un tercio de las acciones de la empresa pública Kalaallit Airports y derecho a veto en la toma de decisiones.

Estados Unidos deslizó entonces la posibilidad de invertir en el proyecto, pero esos planes no se han concretado, ni tampoco empresas de ese país han mostrado interés en los proyectos minerales o petroleros, que pueden ser más apetecibles en el futuro por el progresivo deshielo provocado por el cambio climático.

Cuando el presidente estadounidense, Donald Trump, confirmó el domingo los rumores sobre sus planes para comprar la isla por su interés estratégico, el Gobierno danés, al igual que había hecho el groenlandés días antes, rechazó la idea, aunque tiró de pragmatismo. “Vincular más a Estados Unidos con lo que ocurre en nuestra parte del Ártico es determinante, tanto con ojos groenlandeses como daneses”, dijo ayer de visita en Nuuk la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, que consideró “inevitable” una mayor presencia militar estadounidense por el creciente interés en el Ártico.

Gracias a un acuerdo militar negociado en 1951, Estados Unidos puede edificar más bases en la isla, aparte de la que ya tiene en Thule, en el Círculo Polar Ártico y cuya construcción provocó el traslado forzoso de un centenar de indígenas, que recibieron décadas después una indemnización y una disculpa del Estado danés. La pérdida del contrato de servicios con Thule en 2014 en favor de una empresa estadounidense, gracias a un resquicio en el acuerdo, supuso un duro revés para las arcas groenlandesas. Nuuk reclama además sin éxito desde hace años que EEUU financie la limpieza de los restos de material militar de otras instalaciones suyas abandonadas hace años y desperdigadas por la isla.