Falta de concienciación antiextremista en escuelas, mensajes complacientes con los radicales desde mezquitas y ataques terroristas que todavía estremecen Mosul son la huella del Estado Islámico (EI) que sobrevive en la que fue su capital de facto en Irak dos años después de su liberación. Desde que regresó a la ciudad hace unos meses, Warqa al Nuaimi, profesora en la Universidad de Mosul, convive con la destrucción y el sabotaje que todo lo asuela. Asegura que la gran mayoría de los desplazados volvieron sólo para encontrar escombros donde un día se erigieron sus hogares. Los servicios son prácticamente inexistentes en la urbe, los dos principales puentes que unen Mosul Oriental y Occidental no están habilitados, la mayoría de las fábricas están en ruinas y muchos se quejan de que la corrupción ralentiza la reconstrucción.
Shirván al Dobirdani, diputado por la provincia de Nínive, de la que es capital Mosul, afirma que el Gobierno central no responde a las demandas de la región, la presencia policial es de apenas unas decenas de efectivos y no han recibido la cuantía asignada para la implementar la reconstrucción.
Pero el látigo de nueve meses de batalla hasta su liberación el 10 de julio de 2017 y años de ocupación por parte del Estado islámico no han dejado sólo una urbe a la que le cuesta resurgir de sus cenizas azotada por una economía de posguerra y un desempleo desmesurado, sino también bombas y atentados. Al Dobirdani señala a familiares de los yihadistas como autores de estos ataques esporádicos en la ciudad. Además, alerta de la creciente presencia de terroristas en el sur y oeste de Nínive, por lo que no descarta incluso un resurgimiento del Estado Islámico.
Células durmientes El pasado domingo, las fuerzas iraquíes lanzaron una ofensiva con apoyo de la aviación de la coalición internacional encabezada por Estados Unidos para “limpiar” la zona desértica que linda con la frontera siria de yihadistas del EI, pese a que el Gobierno iraquí anunció la derrota del grupo a finales de 2017.
“Las células terroristas durmientes se activan de vez en cuando en zonas al sur y suroeste de Mosul, especialmente en áreas desérticas”, explica el analista militar Rabea Al Yauari, en referencia a áreas como la comarca de Tel Afar, Hatra y la Isla de Al Zarzaa. Asegura que estas células “tienen escondites, túneles y reservas estratégicas de armas y algunos equipos” y habla de “grandes lagunas” en la seguridad, evidenciadas en las operaciones tanto militares como insurgentes aún en marcha.
Más allá de la situación de seguridad, el remanente del Estado Islámico también se puede ver aún en el sistema educativo, controlado por los yihadistas durante su régimen. Dos años después de la liberación, el profesor Mushad Mohamed Ali no ve pasos “serios” por parte del Ministerio de Educación, que ni siquiera cambió el currículo académico para recordar a las nuevas generaciones los “peligros” de la ideología extremista, “distantes del espíritu original del islam”.
Lo mismo ocurre, a su juicio, con los discursos religiosos durante los rezos musulmanes de los viernes. “Todo lo que escuchamos han sido discursos tímidos (de denuncia) que no llegan al nivel de atrocidad que cometió esta gentuza entre asesinatos, destrucción y sabotaje en esta urbe”, agregó el maestro.
Las enseñanzas de los clérigos cobran más importancia si cabe en los campamentos de desplazados, donde hay un gran número de mujeres y niños familiares de miembros de la formación yihadista. Ali cree que las autoridades deberían haber enviado líderes religiosos “moderados” a estos campos para que sus palabras ayudasen a la reintegración de estas familias en la sociedad, en lugar de relegarles a convertirse en futuros “enemigos” de los iraquíes.
La falta de iniciativas para lidiar con este problema puede arraigar la ideología extremista en algunos ciudadanos y, en el peor de los casos, desembocar en una reaparición de una nueva generación del Estado Islámico, advirtió. “Si se lograse la rehabilitación del 90% de ellos, estaría muy bien”, concluyó.