Labuhan (Indonesia) - La incesante lluvia dificultó ayer las labores de los equipos de rescate de Indonesia que registran palmo a palmo el litoral del estrecho de Sonda azotado el pasado sábado por un tsunami, cuyo último balance de víctimas aumentó hasta los 429 muertos y 154 desaparecidos. Con guantes para evitar cortes, una patrulla de oficiales de la Agencia Nacional de Gestión de Desastres (BNPB) levanta uno a uno los trozos de madera y hojalata que hasta hace tres días formaban una cabaña turística en la playa Carita, en la parte noroccidental de la isla de Java. “Hasta el momento, no hemos encontrado ningún cadáver. Ayer -por el lunes- encontramos aquí dos entre los escombros. Revisamos la zona por si se nos hubiera pasado alguno o por si el mar devuelve algún cuerpo sin vida”, declaró el responsable de la brigada, Hawasi, quien como muchos indonesios solo tiene nombre.
El oficial concede escasas posibilidades de encontrar a algún desaparecido con vida aunque se aferra a que “los milagros existen”.
Centenares de humildes hogares quedaron reducidos a un amasijo de escombros, mientras los edificios construidos con mejores materiales soportaron en su mayoría el envite de las aguas. La violenta erupción del volcán Anak Krakatau, a unos 50 kilómetros mar adentro desde la playa Carita, provocó la noche del sábado un corrimiento de tierra que creó olas de entre 2 o 3 metros de altura y que tardaron 25 minutos en llegar a la costa. El tsunami sorprendió a muchos visitantes en las playas de este enclave promocionado como destino turístico por el Gobierno.
La silueta del Anak Krakatau, hijo del célebre Krakatoa que en 1883 causó más de 36.000 muertos tras volatilizarse en una de las explosiones volcánicas más destructivas jamás registradas, es apenas apreciable desde la costa pero su presencia impone respeto entre los residentes locales.
Temor a un segundo tsunami “Las autoridades recomendaron que por el momento abandonemos el hogar. Mi mujer e hijos se han ido con familiares, pero yo he decidido quedarme para cuidar de nuestras pertenencias”, apuntó Heru Ratmiyanto mientras fuma un cigarrillo y toma té. Más de 16.000 personas fueron trasladadas a campamentos temporales en lugares elevados ante la amenaza de que una nueva explosión del volcán provoque un segundo maremoto.
Por la estrecha carretera que bordea los más de 100 kilómetros de la costa javanesa es incesante el tránsito de ambulancias, furgonetas de los organismos de emergencias, camiones militares, coches de policía y vehículos cargados con provisiones. En la población de Labuhan, centenares de personas se agolpan sobre el suelo en esterillas colocadas en uno de los edificios habilitados como centro para desplazados.
“La ola me tiró de la moto. Aún no sé muy bien como escapé, pero salí corriendo para avisar a mi mujer, coger en los brazos a nuestro bebé y alejarnos de la costa hacia un lugar elevado”, recordó Egy, de 24 años y conductor de profesión. “No nos queda nada. Hemos perdido todo”, le secundó con un lamento su mujer, Anisa, quien asegura sentirse “agradecida” por sobrevivir, pero triste por su incierto futuro.
Sin sistema de alerta de tsunamis Las autoridades, que en un principio confundieron el tsunami con una fuerte marejada, señalan que el país no cuenta con sistemas de alerta de tsunamis provocados por un volcán. Además, admiten que las boyas colocadas para detectar una repentina subida de las olas no funcionan desde 2012 por culpa del vandalismo, la falta de mantenimiento y de fondos.
Indonesia se asienta sobre el “Anillo de Fuego del Pacífico”, una zona de gran actividad sísmica y volcánica que es sacudida cada año por unos 7.000 temblores, la mayoría moderados.
Entre los pasados julio y agosto, varios seísmos causaron 564 muertos en la isla de Lombok, cercana a Bali, mientras que un terremoto seguido de un tsunami provocó más de 2.000 víctimas mortales en la isla de Célebes en septiembre.