Los norteamericanos tienen la libertad como uno de sus valores más apreciados, su himno nacional se refiere al país como “la tierra de los que son libres” y sus canciones patrióticas ensalzan sus libertades, pero más de dos millones de personas están privadas de este precioso don y su población penal es la mayor del mundo, no solo en términos relativos sino en cifras absolutas: el 75% de los prisioneros de todo el mundo están en EEUU.

Sin contar detenciones preventivas, o a los indocumentados retenidos en diversas instalaciones públicas, en el país hay más de 2,2 millones de personas encarceladas. Si a esto sumamos los que alguna vez han estado entre rejas, son más de 17 millones los que han estado alguna vez en un centro penitenciario.

Cárceles las hay de todo tipo: federales, controladas por los diferentes estados, centros de máxima seguridad, otros de régimen casi abierto, pero en la mayoría de ellas los prisioneros no disfrutan de algunas ventajas que existen en otros países, como las visitas conyugales o siquiera la posibilidad de hablar en privado con sus amigos o su familia: un cristal los separa siempre y la conversación se realiza en una sala común.

Semejante situación ha llevado a estadísticas inesperadas en un país tan rico y desarrollado: la mitad de la población tiene algún amigo, familiar o conocido que ha pasado algún momento encarcelado.

Este riesgo es mayor para las personas pobres o los grupos sociales menos favorecidos, como la población negra, pero no es una exclusiva de ellos, porque a la cárcel van aquí, con mucha más frecuencia que en cualquier lugar del mundo, ricos y pobres, ignorantes o gente preparada, hombres y mujeres.

A esta situación se ha llegado gracias a dos factores principalmente: las “buenas intenciones” de algunos presidentes para reducir la delincuencia y la epidemia de droga que las autoridades tratan inútilmente de combatir con leyes cada vez más duras.

Entre los presidentes que más destacan por contribuir a esta situación está el demócrata Bill Clinton, quien incluso anunció su proyecto en uno de los tradicionales discursos del “Estado de la Unión”, cuando se dirigió a todos los delincuentes reales o en ciernes: “si le condenan a usted tres veces, será para toda la vida”. A esta prisión perpetua para los reincidentes se unen las normas de sentenciar que los jueces han de seguir obligatoriamente, lo que les impide conceder clemencia a su criterio.

Las personas encarceladas no vuelven a una vida normal al salir de la cárcel: los antecedentes penales hacen casi imposible encontrar un buen trabajo y no solamente pierden sus posibilidades de ganarse la vida dignamente, sino que tampoco recuperan todos sus derechos civiles porque no pueden votar.

Ahora se les abre un rayo de esperanza con una propuesta de reforma penitenciaria que cuenta con un franco apoyo del presidente Trump: además de ofrecer programas de rehabilitación y preparación profesional, la ley limitaría las penas de prisión a actos de violencia, permitiría que los jueces castiguen de otra forma a quienes no representan un peligro para los demás y mejoraría las condiciones de vida en las cárceles.

De aprobarse, quizá alguno de los amigos de Trump que está perseguido por la Justicia podrá beneficiarse. O tal vez el propio Trump, pues incluso algunos juristas conservadores señalan que las investigaciones actualmente en marcha que ya han encausado a varios de sus colaboradores, no ponen en peligro solamente su presidencia, sino que hasta él mismo podría acabar en la cárcel.

En esto sería el primero: el único presidente arrestado en la historia del país fue Ulysses Grant al que un policía, sin darse cuenta de quien era, lo detuvo por una infracción de tráfico. El policía quiso retractarse inmediatamente al descubrir que tenía delante al presidente, pero Grant insistió en que le aplicaran la sanción y retuvieran su carruaje.

En el caso del presidente Grant no hubo consecuencias, pues los cargos quedaron anulados, pero Trump, si cae en garras del sistema que lleva dos años persiguiéndole, tiene pocas probabilidades de salir tan bien parado.