La diplomacia occidental alardea de haber logrado en Trípoli “un armisticio precursor de la pacificación definitiva”; los partes médicos de la capital lo desmienten con toda su crudeza: en la primera semana del alto el fuego se registraron 50 muertos y 140 heridos por arma de fuego?

La triste ironía del caso es que las dos noticias son verdaderas; los diplomáticos occidentales acordaron el armisticio con unos pocos protagonistas políticos libios y los muertos y heridos van a cuenta del resto de la miríada de guerrillas y banderías que pululan por el país. Y estas no solo no han sido abordadas por los occidentales para una relativa pacificación, sino que se han visto literalmente desafiadas por los acuerdos, ya que al quedar excluidas del pacto, también quedaban excluidas de los beneficios económicos que prometieron los occidentales.

En realidad, la tragedia libia viene de lejos y tiene sus raíces en que hasta el día de hoy el país no ha logrado tener una sociedad estable y estructurada. Cultural e históricamente Libia es un territorio triple y en el que las zonas oriental y occidental no han dejado de competir y combatir entre si. El régimen dictatorial de Gaddafi logró disciplinar la sociedad tribal libia a punta de bayoneta.

El hundimiento (promovido en su día por Francia con el relativo consentimiento estadounidense) del régimen de Gaddafi devolvió a Libia a su estado socio-político habitual: un Estado fantasma con una sociedad tribal en el que el poder real lo ejercen guerrillas, partidas armadas urbanas, mini ejércitos personales y banderías que se forman ocasionalmente cuando hay perspectivas de botín o negocio fácil, como el contrabando de emigrantes ilegales subsaharianos (se calcula que actualmente hay en Libia un cuarto de millón de ellos) hacia Europa.

Naturalmente, Libia tiene también una (mejor dicho, dos) estructura política de barniz parlamentario - el autodenominado Gobierno de Convergencia Nacional, presidido por Fayez Saaradch-, pero cuya endeblez militar y económica es tal que prescinden de él todos los que disponen de un puñado -o unos regimientos- de gente armada. Los batallones de Saaradch no pueden ni intentan imponerse a nadie; ni a la exótica 7ª Brigada asentada en Tahuna, a 65 kilómetros de Trípoli ni muchísimo menos a la mayor fuerza armada del país, el ejército de Califa Jaftar, quien controla todo el Este de Libia.

Sorprendentemente, el armisticio promovido por los occidentales no se negoció ni con Jaftar, ni con la 7ª Brigada ni con ninguna de las mafias y milicias que controlan el tráfico de emigrantes? Parece un acuerdo de casi nada, pero siempre luce mucho eso de dar un paso hacia la paz, aunque sea la paz del quiero y no puedo.