El 30 de junio de 2013 millones de egipcios salieron a las calles para pedir la marcha del presidente islamista Mohamed Mursi y cinco años después muchos de los participantes en las protestas se sienten traicionados por las nuevas autoridades, que les convirtieron en blanco de su represión. Entre ellos están los partidos de izquierda -y algunos liberales- que apoyaron la intervención del entonces ministro de Defensa y actual presidente, Abdelfatah al Sisi, quien apartó a Mursi del poder tres días después de las multitudinarias protestas.
Se sienten “engañados y traicionados”, afirma Jaled Daud, que era entonces el portavoz del Frente de Salvación Nacional, una de las alianzas más fieramente opuestas a los Hermanos Musulmanes, grupo de Mursi. Ese frente agrupaba al Partido de la Constitución, encabezado por el Premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei y otras figuras públicas como el excandidato presidencial izquierdista Hamdin Sabahi y el diplomático Amro Musa, y se convirtió en el principal apoyo político del golpe de Estado del 3 de julio.
“La mayoría de los dirigentes del Frente de Salvación Nacional y yo no apoyábamos la vuelta a un Estado autoritario liderado por un único hombre como Al Sisi. Queríamos volver a los objetivos originales de la revolución de 2011: construir un Estado moderno, civil y democrático”, explica Daud, en referencia a la revuelta que acabó con la dictadura de Hosni Mubarak.
“Creo que tendríamos que haber pedido más garantías” al Ejército, se lamenta el político opositor, que asegura que Al Sisi se retractó de sus promesas. Sin embargo, agrega que era necesario quitar a Mursi del poder porque representaba una “amenaza peligrosa contra los pilares del Estado” egipcio.
El activista independiente Wael Eskandar considera que lo que tuvo lugar hace cinco años no fue solo un “golpe” contra Mursi, sino contra la primavera árabe egipcia. “Muchos no vieron que el Ejército estaba haciendo una contrarrevolución”, asegura. Según Eskandar, los jóvenes que en 2011 llenaron la plaza Tahrir también participaron en las protestas del 30 de junio de 2013 y creían que “existía la posibilidad de una transición a un Gobierno democrático y civil”.
“El Ejército no nos traicionó, sino la gente, que dio la espalda a los valores democráticos de la revolución”, dice el activista y escritor. Después del golpe de Estado, según él, la atención se dirigió a “denigrar a los Hermanos Musulmanes” en lugar de revivir los principios democráticos y laicos que llevaron a los activistas como él a salir a la calle contra del Gobierno islamista.
Pero para Tamarrud (rebelión), movimiento que galvanizó el descontento hacia Mursi en los meses previos a su derrocamiento y que llegó a reunir 22 millones de firmas para pedir su dimisión, la denominada “revolución del 30 de junio” ha conseguido sus objetivos. “Ahora tenemos un presidente elegido y un buen Gobierno que responde a las demandas del pueblo, a pesar de algunas decisiones equivocadas”, dice Mohamed Husein, uno de los portavoces del grupo.
El joven de 32 años, que participó en la campaña electoral de Al Sisi, que el pasado marzo fue reelegido para un segundo mandato de cuatro años, asegura que el mandatario ha dado espacio y tiene en cuenta a los de su generación y también escucha a las voces críticas.
Las ONG locales e internacionales, sin embargo, llevan cinco años denunciando lo que consideran una represión sin precedentes en Egipto contra los disidentes, que ha incluido el arresto de decenas de activistas que apoyaron a los militares en 2013.