por sorprendente que resulte desde la perspectiva europea, el presidente Trump va ganando adeptos entre sus conciudadanos y por primera vez algunas encuestas indican un apoyo de la mitad de la población, lo que representa un gran avance con respecto a los porcentajes de hace un año, próximos al 37%.

Visto desde Estados Unidos, especialmente para quienes no viven los feudos absolutos del Partido Demócrata como son en Washington, California o Nueva York, la creciente popularidad de Trump no es difícil de entender: la economía va mejorando, la mayoría de la población es optimista en cuanto a sus posibilidades de conseguir un buen trabajo y de prosperar. Sobre todo, muchos asalariados atribuyen su bonanza a Trump.

El bolsillo, también ahora, le importa más al ciudadano de a pie que la política frente a Irán, la guerra comercial con China, o con Europa, o incluso la protección del medio ambiente, para citar tan solo algunas cuestiones en que las políticas de Trump generan rechazo.

Un país dividido en dos Pero lo cierto es que el presidente millonario no puede cantar victoria -al menos todavía- porque la división del país se ha acentuado y las corrientes de opinión van en sentido contrario según la ideología y lugar de residencia de los habitantes. Aquellos que no comulgan con las ideas de Trump, están deseosos de concluir su presidencia de la forma que sea.

Lo más preocupante para él ha de ser el peligro que tiene a la vuelta de la esquina, es decir a la vuelta de seis meses y que son las elecciones parlamentarias de noviembre, que podrían acabar con las mayorías republicanas en una o las dos cámaras del Congreso.

Al margen del apoyo o rechazo generado por Trump, la pérdida de escaños para el partido que ocupa la Casa Blanca es habitual cuando se trata de elecciones que no envuelven a la Casa Blanca, como serán las de este año.

En estos momentos, los demócratas tan solo necesitan ocupar 24 escaños más, pues de esta forma anularían la mayoría republicana que ahora es de 47, una cifra que se presenta como muy posible, especialmente porque son varios los legisladores republicanos que han renunciado a la reelección y dejan así el campo abierto a sus rivales de otro partido.

Se esto ocurriera, por lo menos en una de las dos Cámaras, los problemas para Trump serían serios pues el deseo expresado ardientemente por muchos demócratas es aprovechar la mayoría parlamentaria para echarlo de la Casa Blanca por el procedimiento conocido como impeachment. Tanto si consiguen como si no echarlo de la presidencia, puede convertir su mandato en un calvario.

Pero la división del país es tal, que hoy es imposible, no ya prever lo que va a ocurrir, sino tan solo saber dónde están las cosas realmente: así, por ejemplo, las encuestas de popularidad de Trump oscilan a veces 20 puntos de un instituto demoscópico a otro?según la orientación política de esos centros. Otro tanto ocurre con los sondeos de opinión: si bien es cierto que los ingresos familiares han crecido un 3% desde que Trump llegó a la Casa Blanca y que las rentas son las más altas de los últimos 50 años, algunos sondeos se centran en el 20% de norteamericanos que no se benefician de la bonanza.

Y estas divergencias son aún más visibles en los medios informativos, a favor de Trump unos pocos y en contra la mayoría, cuyas informaciones divergen de tal forma que parecen referirse a países diferentes.

El rayo de esperanza para Trump es que lo mismo ocurrió en las elecciones de 2016, cuando la mayoría de las encuestas daban la victoria a Hillary Clinton, pero los resultados dieron la razón a un pequeño instituto demoscópico que, entonces como ahora, reflejaba el apoyo popular por Trump. Pero la Historia no siempre se repite?