Al año y medio de unas elecciones en que los republicanos arrasaron con la presidencia, el Congreso y los gobiernos estatales, el partido parece ahora en retirada y sus líderes en una actitud de “sálvense quien pueda” mientras los demócratas aparecen enardecidos, motivados y optimistas, con la esperanza de recuperar el próximo año las mayorías legislativas y convertir en un calvario la presidencia de Donald Trump.
Quizá el signo más significativo de estos nuevos tiempos sea la decisión del presidente de la Cámara, el republicano Paul Ryan, de tirar la toalla y retirarse de la vida política. Ryan, diputado del estado de Wisconsin y presidente de la Cámara de Representantes desde hace varios años, anunció esta semana que no se presentaría a reelección el próximo mes de noviembre, con lo cual no solo renuncia a su escaño, sino a uno de los cargos de más poder en el Gobierno de Estados Unidos.
Los motivos aducidos por Ryan son familiares y probablemente ciertos, es decir, que sus hijos adolescentes tan solo le ven los fines de semana y esta es la última oportunidad de vivir a tiempo completo con ellos antes de que se marchen a la universidad, pero muchos dudan de que sea la única razón.
Desde que Donald Trump se convirtió en el candidato republicano y, más aún desde que ganó las elecciones, Ryan ha tenido que plegar velas y cambiar sus críticas contra Trump por la colaboración necesaria, tanto para la supervivencia del partido, como para la gobernabilidad del país.
Pero en estos últimos años, Ryan también ha tenido que renunciar a varios de sus sueños: primero a la vicepresidencia, cuando perdió las elecciones el candidato republicano Mitt Romney, quien la había designado como su vicepresidente en caso de ganar. Todavía más renuncia fueron los compromisos, uno tras otro, en su gran objetivo político, que era sanear el presupuesto del país, que se acerca peligrosamente a un endeudamiento que amenaza su estabilidad financiera.
Los problemas de Ryan, además, son sintomáticos de lo que les ocurre a otros correligionarios republicanos que han perdido la esperanzas de lograr cambios en cuestiones que les importan tanto como el seguro médico o la financiación de los subsidios sociales, que elevan la deuda sin que haya otros ingresos para compensarlos.
En estos últimos meses, varios de ellos también anunciaron que se retiran de la política y no se presentarán a reelección. Todavía más grave para los republicanos es que la agenda de gobierno puede quedar totalmente eliminada si, como es muy posible, pierden la mayoría parlamentaria el próximo noviembre, por lo menos en la Cámara baja y tal vez incluso en el Senado.
Es una agenda de promesas ambiciosas como reducir los impuestos, controlar el gasto público, sanear el presupuesto, reducir el déficit, mejorar la calidad educativa dando más opciones para escuelas privadas. Ponerlas en práctica es difícil en cualquier caso por la resistencia de los demócratas, a pesar de que están en minoría, pero se convertirían en anatema con un Congreso controlar por los demócratas, por mucho que la Casa Blanca esté en manos republicanas.
La alternancia de poder es habitual aquí y todavía es más frecuente que el partido del presidente, en este caso el republicano, pierda votos en las primeras elecciones de su mandato. Es algo que le ocurrió al presidente Obama o mucho antes a Bill Clinton, o a George Bush, o incluso el muy popular Ronald Reagan.
Lo que ya no es habitual es el encono del momento y la determinación de los demócratas de cortarle las alas al presidente e incluso de echarlo de la Casa Blanca por el procedimiento llamado “impeachment”. Es algo difícil de conseguir, pero si Trump ya tiene dolores de cabeza con la resistencia que ha encontrado a su mandato, no cuesta mucho imaginar que la situación empeoraría mucho si tiene el Congreso en contra suya.
En las filas demócratas es evidente que muchos se están frotando las manos y paladean ya el momento en que pueden torturar políticamente a un presidente que nunca han aceptado. Pero sería prematuro para ellos cantar victoria: el panorama político norteamericano de hoy tiene pocos precedentes y podría ocurrir que, a pesar de todas las dificultades, los errores y la vulgaridad de Donald Trump, la ola de bonanza económica consiga lo que hoy parece casi imposible, que es mantener las mayorías republicanas y garantizar que Trump tendrá las manos más o menos libres hasta enero de 2022.