Bismark dijo que la política es el arte de lo posible y toda su política al frente de Prusia y luego de la Alemania imperial fue un compendio de posibilismo. En cambio, las aspiraciones nacionalistas kurdas constituyen el reverso de la medalla. Su pretensión de hacer una nación propia cercenando a las cuatro (Turquía, Irak, Siria e Irán) donde residen etnias kurdas ha sido un fracaso a lo largo de cerca de un siglo.
Y no es que los kurdos no tengan legitimidad histórica o razones culturales y demográficas para el proyecto; lo que no han tenido a lo largo de los tiempos modernos han sido amigos y solidaridad étnica. La legitimidad de sus aspiraciones fue ya reconocida a raíz de la I Guerra Mundial, cuando las potencias vencedoras prometieron en el Tratado de Sévres (1920) ayudar a la creación de un Estado kurdo. La promesa era vaga y mayormente fruto del deseo de castigar a Turquía por su alianza con Alemania y no fruto de intereses de los aliados o la habilidad diplomática de los nacionalistas kurdos de pedir sólo lo que podían obtener en aquellos momentos.
Porque el órdago de la gran nación kurda chocaba frontalmente con los intereses coloniales de Francia (Siria) e Inglaterra (Irán e Irak) en el Oriente Medio. Y en Turquía, país que albergaba el mayor contingente kurdo del mundo, los nacionalistas tampoco supieron aprovechar las reformas de Atatürk para erigirse en colaboradores de la reconstrucción y modernización del país y apostaron por la confrontación y la singularidad. La política nacionalista kurda era tan irreal -amén de impotente por las disidencias internas, con muchas confrontaciones armadas entre las distintas facciones, causadas por ambiciones personales- que ya en 1923, en el Tratado de Lausana las grandes potencias ya habían abandonado la idea de crear en el mundo un Estado pan kurdo.
El caso kurdo es una de las muchas tragedias que han asolado el Oriente Medio desde siempre, pero es posiblemente la más dramática (juntamente con la de Palestina) por la reiteración de oportunidades perdidas y de sacrificios inútiles. El último episodio en este serial lo ha constituido la guerra civil siria. En ella, las milicias kurdas, incluso las del PKK turco (marxistas), fueron equipadas, entrenadas y financiadas por los EE.UU. para suplir la ausencia de su ejército de Tierra en el conflicto. Washington los necesitaba tanto que incluso hizo la vista gorda en cuanto al PKK, que el Departamento de Estado considera organización terrorista, y le prestó la misma ayuda que a los peshmerga.
Pero derrotado el Estado Islámico y recrudecido el nacionalismo turco de Erdogan, los kurdos de hoy en día han vuelto a verse tan sin amigos en el mundo como los de 1923. Quizá, porque siguen emperrados en la política de 1920...