que la invasión moralista en la política no es exclusiva norteamericana lo demuestran las elecciones presidenciales costarricenses, que tendrán una segunda vuelta el próximo 1 de abril porque en la primera vuelta ningún candidato alcanzó el 40%, mínimo exigido por la Constitución para hacerse con la presidencia.

Y si bien esa elección en dos vueltas no tiene nada de extraordinario, estos comicios en cambio se salen totalmente del uso político del país. Por un lado, han pasado al desempate dos candidatos que hasta última hora parecían meros taloneros del poder -Fabricio Alvarado, de 43 años, del conservador PRN (Partido de Reconstrucción Nacional), y Carlos Alvarado, de 38 años, del PAC (Partido de Acción Ciudadana) del presidente saliente, Luis Guillermo Solís-. Pero la singularidad radica en el tema central de esta doble campaña -presidencial y legislativa-: el matrimonio homosexual.

El salto de los registros civiles a las urnas lo decantó una sentencia del Tribunal Interamericano de Derechos Humanos (TIDH) que a consulta del Gabinete costarricense saliente sentenció que a efectos patrimoniales debían equipararse totalmente los matrimonios heterosexuales con los homosexuales.

Fabricio Alvarado, cristiano evangelista con gran protagonismo parroquial, vio en el dictamen un agravio a la fe y se puso a despotricar con pasión de iluminado y vehemencia de protomártir contra semejante idea. Llegó incluso a decir que si se alzaba con la presidencia, desafiaría al TDHI y no acataría la sentencia. Para sorpresa de heteros y homosexuales, la población asumió el tema como cosa de vida o muerte y la adhesión electoral de Fabricio pasó en menos de un año del 2% al 25% con que encabezó el escrutinio de la primera vuelta.

Carlos Alvarado, escritor progresista y exministro del PAC, también vio su oportunidad en el tema y se erigió en adalid de la igualdad de matrimonios. La apuesta fue un acierto y de un candidato con pronóstico de voto bien alejado del 10% terminó la primera vuelta de los comicios en segundo lugar, con el 22% de los votos. Y como es lógico, tanto los candidatos como sus partidos van a dirimir la batalla final de la presidencia al grito de “igualdad homosexual, sí”, los de Alvarado el joven; e “igualdad homosexual, no”, los de Alvarado el viejo.

De todas formas, mientras candidatos, partidos, prensa y buena parte de la opinión pública se enfrenta y escandaliza en torno a ese tema, el grueso del electorado -es decir, la gran mayoría del país- va por otros derroteros. En las legislativas que se celebraron simultáneamente con las presidenciales, el ganador fue -con 57 escaños, el PLN (Partido de Liberación Nacional) de la expresidenta Laura Chinchilla.