Mañana se celebra el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. A finales del año 2015 la Asamblea General de la ONU acordó establecer este día internacional que, por lo tanto, llega ahora a su tercera edición. Se trata de una conmemoración todavía muy joven pero que, gracias a las redes sociales y al entusiasmo de muchos (reconozcámoslo, especialmente el entusiasmo de muchas), parece que va rápidamente consolidándose en la agenda y adquiriendo peso y eco.

En la resolución que instauraba este día, la Asamblea General de la ONU, que como usted bien sabe es algo así como el Parlamento de la Humanidad, invitaba “a todos los Estados, todas las organizaciones y los órganos del sistema de las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales y regionales, el sector privado y el mundo académico, así como a la sociedad civil, incluidas las organizaciones no gubernamentales y los particulares, a que celebren el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia.” Es decir, estamos todos llamados a participar: instituciones públicas y privada, locales y regionales, educativas y culturales, y sí, también usted y yo.

La Asamblea General solicita que se organicen “actividades de educación y sensibilización a fin de promover la participación plena y en condiciones de igualdad de las mujeres y las niñas en la educación, la capacitación, el empleo y los procesos de adopción de decisiones en la ciencia, eliminar toda forma de discriminación contra la mujer, incluso en las esferas de la educación y el empleo, y sortear las barreras jurídicas, económicas, sociales y culturales al respecto mediante, entre otras cosas, la promoción del establecimiento de políticas y planes de estudio en el campo de la ciencia, incluidos programas escolares, según corresponda, para alentar una mayor participación de las mujeres y las niñas, promover las perspectivas de carrera de las mujeres en la ciencia y reconocer los logros de las mujeres en la ciencia.”

¿Era de verdad necesario un día así? Me temo que sí. Un reciente informe de la UNESCO, titulado Girls’ and women’s education in science, technology, engineering and mathematics (STEM) (2017) revela que sólo un 28% de los investigadores del mundo son mujeres. Y esto no sucede por casualidad.

En ocasiones las jóvenes son relegadas por discriminación directa, en otros casos son los estereotipos o los prejuicios los que van alejándolas de la ciencia. Aún en los países más igualitarios, cada cierto tiempo, se descubren casos de discriminación que dificultan el avance la mujer en la ciencia y en la tecnología. Su invisibilización es frecuente: ya hemos denunciado en esta misma columna el prejuicio machista exhibido en las últimas ediciones de los Premios Nobel, empeñados en ver un mundo más pequeño y triste que el real e indiferentes a su responsabilidad de ejemplaridad.

Las razones de esta menor acceso de la mujer a la ciencia son en ocasiones profundas y culturales. A veces se trata de normas y leyes discriminatorias. No pocas veces se trata de simple machismo más o menos generalizado.

Las Naciones Unidas están ahora trabajando por actualizar los contenidos del viejo Derecho a la Ciencia que Eleanor Roosevelt, René Cassin y el resto de miembros de la Comisión de Derechos Humanos incorporaron en 1948 a la Declaración Universal. La participación de la mujer en la ciencia y el acceso de ésta a sus beneficios es una de esas prioridades que están ya contempladas en la agenda.

Pero el caso es que la participación de la mujer en la ciencia en todos los niveles, desde la educación hasta la posición científica más puntera, desde la enseñanza hasta las responsabilidades institucionales, científicas, no sólo es una cuestión de igualdad y de derechos humanos. Es también un avance del que todos nos vamos a beneficiar si queremos que el talento, la inteligencia, el ingenio, la capacidad de todos, y no sólo de la mitad de la población, se ponga al servicio de los grandes retos de la humanidad: desde el hambre al cambio climático, desde el acceso al agua hasta la lucha contra la enfermedades y el dolor. No, los retos de la humanidad no se resolverán sólo con ciencia, pero desde luego no tienen solución sin más y mejor ciencia hecha por todos (y todas) quienes estén llamados a ella.