la reciente condena comunitaria al sistema jurídico polaco revela con toda crudeza la profunda discrepancia política existente entre Europa Occidental y Oriental. Mientras aquí el primer valor de la convivencia se basa en la justicia, allá lo absolutamente primordial es el ejercicio del poder.

En resumidas cuentas, lo que la Unión Europea le reprocha al actual Gobierno polaco es que haya suprimido la soberanía jurídica y, con ella, su independencia para someterla a la voluntad del poder político. O dicho con las palabras del propio presidente de la Comisión de Justicia del Sejm (Parlamento) : “El pueblo controla la justicia y el partido mayoritario del Parlamento es la personificación del pueblo”.

Esta pomposa formulación no es sólo un calco del aforismo ibérico “la ley es el rey”, sino que es prácticamente un calco del modelo y concepto soviético de justicia (dictadura del proletariado), como recalcó la Comisión de Venecia en su informe a la Comisión bruselense acerca de las reformas judiciarias polacas.

Pero aparte de la ironía histórica de que este dictamen se aplique a gente que en el resto de su vida política son demócratas de pro como Kaczynski, amo y señor del partido mayoritario Derecho y Justicia, lo alarmante es que prácticamente en casi todos los países excomunistas de Europa sigue imperando el criterio leninista de que la justicia no es más que una herramienta más al servicio de la ideología en el poder.

No hace falta señalar que una justicia-herramienta del poder degenera rápidamente en una justicia al servicio de los poderosos; esto es un daño colateral. Lo realmente grave es que la base de la convivencia democrática se basa justamente en la división de poderes y la absoluta independencia de la justicia y en la Europa Oriental no acaban de verlo así por muy comunitarios que digan que son.

El que en la Europa excomunista se anteponga el poder a la justicia se debe en buena parte a que las poblaciones de esta parte del Continente han pasado la mayor parte de su historia bajo regímenes autoritarios y duros. Así, ni llegaron a desarrollar una conciencia democrática ni muchísimo menos, unas estructuras socio-políticas que les permitieran enfrentarse a los abusos de poder. Cambiar esa mentalidad y estimular el espíritu reformador en las poblaciones del este es ahora la gran tarea pendiente de la Unión Europea.