año y medio ha pasado desde que Donald Trump anunció su candidatura presidencial y las sorpresas son tan habituales que han dejado de serlo, pero las últimas piruetas de ex colaboradores de Trump, por mucho que sean más de lo mismo, verdaderamente rizan el rizo.

Por una parte está Steve Bannon, el imprevisible director durante unos meses de la campaña electoral. Como tantos otros, Bannon tuvo que dejar su puesto en la Casa Blanca después de la toma de posesión. Aseguró que seguirá apoyando a Trump “desde fuera”, pero la supuesta colaboración se ha convertido en un pugilato a la vista de todos, acompañado de la serie de insultos que Trump habitualmente lanza contra quienes se cruzan en su camino.

Los problemas de Bannon fueron evidentes hace ya algunas semanas, cuando los republicanos perdieron un escaño senatorial casi “imperdible”, en el muy conservador estado de Alabama que el pasado noviembre dio casi el 63% de sus votos a Trump. Bannon, obsesionado por la “pureza” conservadora, se opuso en las primarias al senador en funciones Luther Strange, que ocupaba transitoriamente el escaño, por considerarlo tibio en sus posiciones. A pesar de que Strange tenía el apoyo del presidente Trump, el favorito de Bannon ganó, pero su candidato, Roy Moore, resultó un fracaso debido a sus devaneos amorosos durante largos años con chicas menores de edad, de forma que el Partido Republicano perdió un escaño en el Senado y ha visto su ventaja reducida a tan solo uno.

Mientras Bannon asegura que mantendrá su misma política en las elecciones legislativas de noviembre de este año, se ve ahora arrollado por lo que parece haber declarado al autor de un libro acerca de Trump: que el presidente es imprevisible, que su equipo flirteó con Rusia en la campaña electoral, o que Ivanka Trump, la hija del presidente, es tonta del bote y además tiene obsesiones presidenciales. Como es habitual, Trump ha fulminado a Bannon y ha puesto en circulación más tuits.

el ‘caso Manafort’ Al mismo tiempo, tenemos el caso todavía más enrevesado de otro director de campaña también cesado en plena lucha electoral, Paul Manafort, quien hace pocos meses cayó en las redes del “fiscal independiente” Robert Mueller, encargo de averiguar si hubo contubernio entre la campaña de Donald Trump y Rusia.

La figura jurídica del fiscal independiente es difícil de comprender fuera de Estados Unidos, pues es un funcionario que ejerce a la vez de fiscal, juez y detective y no tiene ninguna limitación en cuanto a sus posibles víctimas ni techo presupuestario, pues se le va concediendo automáticamente cuanto dinero necesite para proseguir estas investigaciones.

Un problema de Mueller es de imagen, pues ha contratado a una veintena de juristas alineados con el Partido Demócrata o incluso con la campaña de Clinton. De momento, ha imputado ya a cuatro personas, pero Manafort, acusado de lavado de dinero y diversas “conspiraciones contra Estados Unidos” ha vuelto las tablas contra el fiscal Mueller, contra el que ha presentado una denuncia por haberse extralimitado en sus competencias y de violar la nueva normativa que define sus atribuciones.

Manafort asegura que las acusaciones contra él no tienen nada que ver con los objetivos específicos encargados a Mueller, pues su misión es investigar una posible colaboración entre Trump y el gobierno ruso, pero los supuestos delitos de Manafort se remontan al año 2006, mucho antes de que Trump iniciara su campaña.

Trump, a quien no faltan millones para pagar abogados y está acostumbrado a utilizarlos en sus negocios, ha enviado a Bannon una orden de cease and dessist en la que legalmente se le exige que cese y desista en su propósito de hablar del presidente pero es improbable que semejante orden tenga el efecto de retirar del libro de circulación, pues las figuras públicas no tienen en Estados Unidos la misma protección ante la ley que el ciudadano de a pie. La prueba de la futilidad de este intento es que la venta del libro, anunciada para el dia 9, se adelanto y empezó este viernes.

Pero Bannon ha dado ya una muestra de que tampoco se va a amilanar a las críticas de Trump de que “Bannon primero perdió su trabajo y luego la cabeza”, ha contestado con grandes elogios al presidente y además se ha ofrecido, nada menos, que a dirigir nuevamente la campaña para la reelección dentro de 3 años. Es posible que sus últimas bravatas no le lleven a ninguna parte, porque su gran benefactor, la familia Mercer que le ha financiado hasta ahora, ha decidido cortarle los fondos necesarios para financiar su cruzada ultraconservadora. Y no solo a Bannon personalmente, sino incluso a Breitbart News, una especie de diario digital que ha sido el principal vehículo para difundir sus ideas.

Entre tanto, el sainete se ha extendido a los psiquiatras: un grupo de congresistas se reunió con una psiquiatra quien, sin examinar al paciente, les aseguró que los tuits presidenciales son un síntoma clarísimo de incapacidad mental y de que no podrá resistir las presiones de su cargo.

En eso tiene compañía, porque también los ayatolás iraníes parecen creer que son los tuits de Trump los detonantes de las protestas.