- El 24 de noviembre de 1992, en el curso de un banquete ofrecido en su honor en Londres, con ocasión del cuadragésimo aniversario de su ascenso al trono, la reina Isabel II declaró a 1992 como un annus horribilis. Ese año, que debía haber estado marcado por el aniversario de su coronación, deparó otras emociones a la soberana: su hija mayor, la princesa Ana, había obtenido el divorcio de Mark Phillips; el príncipe Andrés, duque de York, se había separado de Sarah Ferguson, mientras que las tensiones conyugales entre el príncipe Carlos, heredero de la corona, y su entonces mujer, Diana Spencer, entraban en un punto sin retorno. Además, los sondeos demostraban una fuerte caída en la popularidad de la monarquía. Para colmo, el castillo de Windsor, la residencia preferida de la reina, había ardido ese mismo mes de noviembre, dando pie a una fuerte polémica sobre los costes de la restauración y las ventajas fiscales de las que se beneficia la familia real.

Veinticinco años después, Isabel II ha cumplido su jubileo de zafiro con las más altas cotas de popularidad. Sin embargo, su primera ministra, Theresa May, ha vivido en este 2017 su particular annus horribilis.

El pasado domingo, May se dirigió a los británicos en su tradicional mensaje de Navidad. Al contrario de la monarca, no quiso confesar que 2017 no será un año que recordará precisamente con alegría. Se limitó a rendir tributo a los “héroes” de los servicios de emergencia del país que atendieron a las víctimas de los “espantosos” atentados de Londres y Mánchester. Recordó también a los “héroes” que ayudaron a sofocar el enorme incendio desatado el pasado junio en una torre residencial de Londres -la Torre Grenfell, donde vivían alrededor de 500 personas-, donde murieron docenas de residentes. Prefirió remarcar el papel desempeñado por los “héroes de los servicios de emergencia, “cuyo coraje y dedicación inspiraron al país en respuesta a la tragedia en la Torre Grenfell y en los espantosos atentados en Mánchester y Londres, pero cuyo servicio salva vidas en nuestras comunidades a diario, incluido el día de Navidad”. Sin embargo, quiso obviar el resto de un año para olvidar. Un año convulso tras haber mantenido, en los últimos meses, un intenso pulso con la Unión Europea (UE) para llevar a buen puerto las negociaciones del Brexit.

Desde que la líder tory pusiera oficialmente en marcha el pasado marzo la desconexión del país del bloque común -votada en el referendo del 23 de junio de 2016-, May ha tenido que afrontar un camino lleno de escollos. Con un gobierno y partido dividido, donde a duras penas puede imponer su autoridad, la premier ha demostrado este año no tener respuestas al sinfín de interrogantes sobre las condiciones en las que el Reino Unido dejará la UE en marzo de 2019.

Cierto es que el Gobierno de Londres ha logrado llegar a diciembre habiendo rematado la primera fase del proceso de diálogo con Bruselas -algo que llegó a parecer misión imposible- para así poder afrontar una segunda etapa, en la que se intentará definir la futura relación comercial que vinculará a ambas partes. Tras un tira y afloja, y pese a que prometió que no pagaría un solo euro por la factura del Brexit, ha tenido que aceptar que la salida costará a los contribuyentes británicos entre 40.000 y los 45.000 millones de euros.

Durante los últimos meses, May se ha empleado a fondo con sus socios europeos para desenmarañar las incógnitas que todavía suscitan algunos de los asuntos clave para Londres y Bruselas, entre ellos, la situación legal de los comunitarios, la frontera entre las dos Irlandas y la citada factura final del divorcio.

Humillante varapalo En medio del arduo proceso negociador, May anunció el pasado abril la convocatoria de elecciones generales anticipadas para junio, en vez de aguardar hasta 2020 -la fecha oficial prevista en el calendario electoral- confiando en ampliar su mandato, amparada en los buenos resultados de los sondeos de opinión.

Su cicatero cálculo llevó a la jefa del Ejecutivo a sufrir un humillante varapalo al perder la mayoría absoluta y verse obligada a contar con el apoyo parlamentario del Partido Democrático Unionista de Irlanda del Norte (DUP).

Con un Gobierno en minoría, y su mandato debilitado, la primera ministra tory tampoco lo ha tenido fácil a nivel interno a causa de la renuncia en los últimos meses de tres ministros por su implicación en distintos escándalos.

La pasada semana era su número “dos”, Damien Green -cercano aliado y amigo personal de May-, el que se veía forzado a presentar su dimisión tras determinar una pesquisa que infringió el código de conducta ministerial por unas declaraciones “inexactas” sobre material pornográfico encontrado en su ordenador en los Comunes. Pero antes, la cartera de Defensa había quedaba vacía con la marcha de Michael Fallon, involucrado en otro caso de conducta inapropiada hacia una reportera, y, poco después, la titular de Cooperación Internacional, Priti Patel, se despedía a raíz de haberse reunido, sin autorización oficial, con altos mandos del Gobierno israelí en ese país. Todo un annus horribilis.