París - El reciente asesinato de un miembro destacado del bandolerismo corso ha colocado de nuevo en primera página la cara menos amable de esta isla mediterránea, que pelea todavía por superar un difícil pasado de violencia. El aeropuerto de Bastia fue escenario del probable arreglo de cuentas que acabó de un disparo en la cabeza con la vida de Antoine Quilichini, conocido como Tony el carnicero, y dejó herida a otras dos personas.
Desde 1988, según el diario Le Monde, han sido asesinadas cerca de 700 personas, una cifra que incluye las muertes fruto de las cuatro décadas de lucha armada del Frente Nacional de Liberación de Córcega (FNLC), pero también actos del crimen organizado y de venganza personal.
El problema de Córcega, resume Jean François Bernardini, cantante y presidente de la ONG UMANI, “es que la Justicia no está en la plaza pública” y que la impunidad hace que algunos se la tomen por su propia mano. No ayuda que en ese pequeño territorio de unos 324.200 habitantes, que tiene sus dos principales núcleos de población en la capital, Ajaccio, y en Bastia, la tenencia de armas para la caza sea tradicional y la gente tenga más probabilidades que en otros lugares de cruzarse con los probables responsables del daño a sus familias.
Lo sabe bien el diácono de Bastia, Pierre Jean Franceschi, que en 20 años de carrera eclesiástica, 10 de ellos asignado en la prisión de Borgo, dice haber enterrado a 300 víctimas de una muerte violenta. Acostumbrado a que lo llamen en mitad de la noche para tener que organizar un sepelio, Franceschi, de 57 años, coincide en que la impunidad judicial está en el origen del problema.
Aunque, según el presidente de UMANI, la violencia en Córcega también es “económica y cultural”, por la progresiva desaparición de su lengua y una frágil economía que representa solo el 0,4% del PIB francés, la desmilitarización del FNLC en junio de 2014 le restó un componente importante. - Efe