El clero budista radical ha advertido al Papa de que no debe apoyar a la minoría musulmana rohinyá, perseguida en este país, durante la visita de cuatro días que el pontífice inicia hoy en Birmania (Myanmar). “Le damos la bienvenida pero, si apoya a los extremistas bengalíes y rohinyá, se ganará críticas”, previno U Thaw Parka, portavoz de la más influyente organización religiosa birmana, Ma Ba Tha (Asociación Patriótica de Myanmar), integrista y anti-islámica.

El primer viaje de un Papa a Myanmar, país con quien firmó las relaciones solo el pasado mayo, comenzará oficialmente con su visita a la capital, Naipyidó, para reunirse con las autoridades en el palacio presidencial. Se encontrará con el presidente birmano, Htin Kyaw, y con la líder de facto del Gobierno y premio Nobel de la Paz en 1991, Aung San Suu Kyi.

“Esperamos que el Papa no haga ese tipo de discurso”, precisa el monje -que también adelanta “nuestro agradecimiento” si Francisco se limita a “hablar de paz y a dar su bendición”-. “El Papa debe entender que la situación religiosa es ahora muy delicada”, dice el portavoz de Ma Ba Tha, que cita a los rohinyás por su nombre, pese a que el Gobierno no les reconoce esa identidad y rechaza su derecho a la ciudadanía por catalogarles de “bengalíes”.

El representante del clero radical recupera, sin embargo, a continuación el relato oficial y culpa a “extremistas” de esa comunidad de una presunta ola de asesinatos de budistas con que el Gobierno justifica la actual operación militar contra los rohinyá. “La crueldad de los extremistas bengalíes y rohinyá es conocida por todos desde hace mucho tiempo”, asegura.

La incursión del Ejército -que ha incluido la muerte de cientos de personas, quema de poblados y cultivos, y exterminio del ganado de esa minoría-, ha obligado a más de 620.000 rohinyá a huir del estado de Rakáin, en el oeste birmano, y refugiarse en Bangladesh.

Papel de mediador El Papa Francisco cumplirá precisamente en el vecino país la segunda y última escala de su viaje, que según algunos observadores tiene el objetivo de mediar para resolver esa crisis humanitaria. El presidente de la Conferencia Episcopal birmana, el obispo Felix Lian Khaen Thang, no desmintió esa posible mediación.

“El santo padre puede acelerar el acercamiento entre las partes”, apuntó el líder católico local.

Calificada por Naciones Unidas de “limpieza étnica”, la operación de las autoridades birmanas ha reducido al menos a la mitad la población de esa comunidad musulmana en este país, donde coexisten varios credos religiosos pero el budismo es la confesión del Estado.

La suerte del nacional-budismo birmano hunde sus raíces en el legendario reino de Bagan (siglos IX-XIII) y el Estado actual lo recuperó tras la independencia en 1948 como nexo de unión ante una pluralidad étnica que ha sido germen tradicional de insurrecciones.

El budismo es la fe del noventa por ciento de una población en la que hay reconocidas 135 etnias, entre las que domina la Bamar pero que incluye minorías como la karen, kachin, shan, wa y mon, que cuentan con grupos armados en las zonas fronterizas del país.

El credo budista quedó consagrado como factor de unidad en 2007 en una Constitución que lo define como “la religión de la nación”.

Y que, entre otras disposiciones, restringe los matrimonios entre diferentes comunidades religiosas, y que continúa vigente desde que los militares devolvieran en 2016 el poder a los civiles. El papel otorgado al budismo da un protagonismo con frecuencia determinante a su clero, que lo ha utilizado con regularidad para marcar la agenda política a la clase gobernante. El apoyo del clero budista fue decisivo para que las protestas estudiantiles de 1988 provocaran la sustitución del general San Yun por el también uniformado Saw Maung al frente de la cúpula militar. El color de las túnicas de los monjes puso nombre a las marchas que en 2007 se conocieron como “la revolución azafrán”, y obligaron a los militares a emprender un largo y lento proceso de transición.

El respaldo clerical fue también importante en el triunfo electoral hace dos años de la Liga Nacional para la Democracia (NLD), que aupó al poder a la líder de birmana, Aung San Suu Kyi, ahora cuestionada internacionalmente por consentir el drama rohinyá.

Junto al control que aún ejerce el Ejército sobre la clase dirigente -una condición del compromiso alcanzado para restablecer el Gobierno civil-, ese respaldo explica, al menos en algún grado, que Suu Kyi no impidiera la operación militar contra esa minoría. Antes del desastre humanitario en marcha, Ma Ba Tha ya era la voz del radicalismo budista más activo en la denuncia de cualquier gesto en favor de la comunidad musulmana por parte de quien la oposición al poder castrense que la precedió le valió el premio Nobel de la Paz.