La serie de huracanes que este año han azotado con una intensidad excepcional las costas americanas han puesto de relieve las enormes dificultades en las que se encuentra Puerto Rico, un territorio de los Estados Unidos que no hace honor a su nombre: es más pobre que cualquiera de los 50 estados norteamericanos y sus crisis económicas, arrastradas desde hace mucho tiempo, no solamente se han agravado sino que van camino de empeorar de una manera espectacular.
El gobernador de Puerto Rico, Ricardo Roselló, advirtió en una de sus recientes peticiones de ayuda que “no serán cientos de miles, sino millones de portorriqueños los que abandonarán la isla para refugiarse en Estados Unidos”.
Ciertamente ésta ha sido la vía de escape tradicional ante la pobreza en la que vive casi el 45% de su población -el doble que en el más pobre de los estados americanos-, aunque su renta per cápita sea superior a la de cualquier país hispanoamericano. Aunque el éxito es evidente, desde la llegada del huracán María, que dejó prácticamente a toda la isla sin electricidad ni servicios básicos, tantos no pueden irse: en la isla viven menos de 3,5 millones. La situación se agravó ciertamente con el huracán, pero los males vienen de muy atrás, especialmente desde el año 2006, cuando los portorriqueños perdieron las ventajas fiscales que otorgaban grandes bonificaciones a las empresas que invertían allá.
Una tras otra se fueron marchando y a las empresas les siguieron los residentes, hasta el punto de que en los últimos diez años Puerto Rico ha perdido casi el 10% de su población y ningún pueblo en la historia se ha enriquecido al perder habitantes.
Aunque la isla vota de forma masiva desde siempre por el Partido Demócrata, la ley para eliminar estas ventajas la firmó un presidente demócrata, Bill Clinton, aunque su puesta en práctica se extendió por un espacio de diez años y concluyó en la etapa del segundo presidente Bush.
En realidad, estas ventajas fiscales, mientras duraron, eran un arma de dos filos, porque si bien atrajeron inversiones de gigantes industriales, también privaban a las arcas locales de una serie de ingresos. Otro tanto ocurre con la ventaja que los portorriqueños tienen comparados a los países del hemisferio: a diferencia de sus vecinos, aunque su isla no forme parte de los Estados Unidos y sea tan solo un “territorio”, sus residentes sí son ciudadanos norteamericanos y pueden trasladarse sin más a vivir en El Norte, como tantos iberoamericanos llaman a EEUU.
Es una vía de escape que no empezó ahora, pues hace medio siglo, la famosa obra West Side Story ya giraba en torno a la comunidad portorriqueña de la ciudad de Nueva York. Si bien a nivel individual es una oportunidad para evitar la pobreza, el conjunto de Puerto Rico sale perdiendo cuando se marcha la generación joven y más emprendedora.
Leyes laborales de EEUU Otro problema de la isla es que se aplican las leyes laborales norteamericanas, entre ellas el salario mínimo, que no corresponde al nivel de vida de Puerto Rico y tan solo sirve para crear desempleo porque los empresarios locales no pueden pagar las mismas cantidades que los 50 estados federados, cuyos ingresos son muy superiores.
Para hacerlo todo más difícil, la isla está unida a un país sin continuidad geográfica y mucho menos cultural. El problema de la distancia quedó patente con el huracán María ante las dificultades para llevar equipos y personal a un lugar en medio del océano. El de la cultura es patente un día sí y otro también, tanto en la manera de abordar los problemas económicos y sociales, como en la barrera idiomática sin superar después de casi 120 años de presencia norteamericana. Aunque si son muchos los que no hablan inglés, casi ninguno habla buen español, sino más bien espanglish, esa mezcla de palabras hispanas e ideas y frases inglesas que se ha extendido por todo el Caribe y por las zonas de Estados Unidos con inmigrantes del hemisferio.