Solo el griterío de los niños, sus carreras por los pasillos, es ajeno a la preocupación tensa y el temor de centenares de familias que han buscado refugio contra el pavoroso huracán Irma en el colegio Félix Varela del suburbio de West Kendall, al suroeste de Miami. Desde el jueves un flujo constante de personas cargando colchones, mantas, ropa y enseres no cesó de llegar a este centro escolar de sólida construcción, con techos y paredes de hormigón armado. Ya ha superado su capacidad de acogida. Quizá cerca de un millar de personas se apiñan, apretujan y concentran en los estrechos pasillos, en los huecos escasos e inverosímiles que quedan disponibles.

“Está full (lleno) de gente el refugio. Yo ya lo habría cerrado”, dice una de las hispanas bilingües voluntarias que se encargan de registrar a los refugiados que pacientemente hacen cola a la entrada del colegio. Al final de uno de los largos pasillos, sentados sobre colchonetas, se encuentra el colombiano Luis Vázquez con su mujer, de origen dominicano, y su hijo de tres años disfrazado de osezno y dando saltos incansable.

Es la primera vez que dejan su casa por el temor a un huracán. “Ella fue la que tiró de mí para buscar un refugio. Vivimos en un segundo piso en West Kendall, una zona que fue muy golpeada por Andrew (el huracán de 1992 que causó estragos en el condado de Miami-Dade) y no nos parecía muy seguro el apartamento”, dice Vázquez, ingeniero de sistemas de computación.

Es difícil abrirse paso por esta red laberíntica de pasillos atestados de gente. En uno de ellos descansa sobre un colchón la venezolana Zenaida Delgado, de 68 años. A Delgado, Irma la ha sorprendido en una visita corta a Miami para pasar unas semanas con su hija y ver a su nieta, radicadas en la ciudad dormitorio de Kendall.

“La angustia va a ser grande, porque la espera es larga”, dice Delgado, quien, al igual que hizo la mujer de Vázquez con su marido, tuvo que insistir para convencer a su hija de la necesidad de buscar refugio y no permanecer solas en la vivienda. Delgado dice que no olvida la estela de destrucción y muerte que dejaron las intensas y prolongadas lluvias que asolaron en 1999 el estado venezolano de Vargas, donde entre 10.000 y 30.000 personas perdieron la vida a causa de los deslizamientos de tierra.

Dos voluntarios indican desde primeras hora de la mañana a las personas que se acercan en sus autos que el refugio está ya cerrado. No se admiten más personas. Las aulas, por orden de pisos, ya han sido ocupadas para ponerse a salvo de Irma.