Serbia, en su empeño de ingresar cuanto antes en la Unión Europea (UE), ha apostado por la modernización. Pero una modernización peculiar -se podría decir que a la china- en la que se reforma hasta la médula la Administración pública y se introducirá la informática como asignatura obligatoria ya en el último curso de la enseñanza primaria. La promoción del Estado de derecho y otros valores esenciales de la democracia quedan por ahora sólo en perspectiva? El auténtico poder sigue en manos de los herederos del partido comunista de la era soviética. Para esto último hay mil razones históricas -en los últimos 500 años la democracia solo se dio episódicamente en el este de Europa- y una constelación política decisiva: el poder está firmemente en manos del Partido Socialista del Progreso -claramente mayoritario en el Parlamento- y de su jefe y actual presidente de la República y anterior jefe de Gobierno, Alexander Vucic. Dada la volubilidad popular y la querencia a la violencia del país, difícilmente se encontrará en los Balcanes ningún político en el poder que piense ni por asomo en cambiar el statu quo; tampoco en Serbia.

En realidad, la decisión de esa reforma profunda de la Administración es consecuencia de las negociaciones de Belgrado con Bruselas para su ingreso en la UE, quien señalaba las deficiencias graves de Serbia, desde el déficit de las finanzas públicas hasta la corrupción y la inoperancia de la maquinaria estatal.

Vucic, que está asesorado por la UE, el Banco Mundial y el FMI (Fondo Monetario Internacional) en esta reforma empezó por lo más urgente : la economía, donde ha logrado en menos de un año reducir el déficit público del 73% al 67% y alcanzar en 2016 un crecimiento del 3%. Y del abanico de las otras reformas necesarias, optó por comenzar por la de la Administración porque disponía de la persona ideal para ello: Ana Brnabic, licenciada en informática por la universidad británica de Hull, ex directora de una empresa de energía eólica y tecnócrata apolítica que había colaborado ya con él cuando Vucic era jefe de Gobierno, ocupando un cargo ministerial.

Fue una colaboradora tan eficiente y carente de ambiciones de poder que al tener que dejar la jefatura de Gobierno por razones constitucionales, Vucic la designó su sucesora al frente del Gabinete.

Y la señora Brnabic se soltó la melena reformadora. Pretende nada menos que sustituir la tramitación de papel por la electrónica en toda la Administración, desde los ministerios hasta los municipios, para acortar tiempos y suprimir corrupciones dado que desaparecerán los encuentros personales y las resoluciones serán previsibles para los ciudadanos ya que la disponibilidad inmediata de la información a lo largo y ancho de todo el país pondría en evidencia una decisión discrepante que adoptase una autoridad provincial que hoy en día se ampara en la distancia, la falta de información simultánea y la tardanza de los dictámenes. La guinda del plan de reformas será la creación de una Escuela de la Administración Pública que forme funcionarios de élite.

Todo esto ha merecido los aplausos de la UE, el FMI y el Banco Mundial sin poder evitar un cierto pesimismo de los gobiernos y entidades occidentales. En primer lugar, porque no se habla de reformas democráticas básicas -Justicia, Policía, transparencia de las instituciones, etc.-. Y en segundo lugar, porque todo lo que ha venido sucediendo en los Balcanes desde el hundimiento de los regímenes comunistas han sido pasos tan pequeños y escasos hacia la democracia que cuesta creer que Serbia vaya a ser la primera excepción.