el espectáculo político norteamericano de la semana que termina está alcanzando niveles grotescos, pero en realidad lo que estamos viendo es simplemente una repetición cada vez más exagerada de lo mismo: Por una parte, las deficiencias de Donald Trump a la hora de gobernar y por la otra, el empecinamiento de sus rivales por acabar rápidamente con su presidencia.

Pero quizá más importante sea otra constante que hemos visto desde que Trump lanzó su candidatura presidencial: el deseo de millones de norteamericanos de tener un político diferente, de superar las estructuras de poder establecidas a lo largo de los años y de que su gobierno no sea una estructura alejada de sus realidades y controlada por unas élites intelectuales y económicas asentadas en Washington. Y este deseo va camino de verse frustrado

En cuanto se supo este miércoles que el Departamento de Justicia había decidido nombrar un investigador independiente para descubrir qué tipo de intervención tuvo Rusia en las últimas elecciones norteamericanas y si Trump colaboró con Moscú, el frenesí de los medios informativos tan sólo corría pareja con el entusiasmo de los diferentes estamentos capitalinos, que empezaban a ver el principio de un rápido fin de la presidencia de Trump.

La realidad probablemente será que Trump, a pesar de sus dificultades, no será tan fácil de eliminar, por mucho que la gran mayoría de los funcionarios lo vean como una pesadilla, algo que quedó demostrado en la noche electoral, cuando más del 90% de la capital norteamericana votó a favor de Hillary Clinton.Pero los millones que votaron por él, aunque muchos reconocen que no está preparado para el cargo, piensan que se le debe dar una oportunidad y consideran que, de fructificar los esfuerzos por obligarle a dimitir, el sistema democrático les habría fallado porque unas élites consiguen violar la voluntad popular a base de tejemanejes legales.

A pesar del primer momento de alegría tras el nombramiento del investigador, los muchos enemigos de Trump reconocen que no les será fácil deshacerse de él rápidamente. En realidad, el nombramiento es una espada de doble filo porque, si bien les da la satisfacción de presentarlo como un posible delincuente, también les tapa la boca y cierra el camino a muchos comentarios, toda vez que tanto la Casa Blanca como el propio investigador pueden esgrimir el secreto de sumario.

Este investigador, el ex director del FBI, Robert Mueller, no parece afiliado a ninguna ideología pues sirvió a presidentes de ambos partidos, lo que hace temer a los muchos enemigos de Trump que su gestión no sea suficiente para acabar con su presidencia. De forma que tratan de buscar más medios para hundir al presidente, piden que se involucre el Congreso y mantienen su campaña mediática a plena marcha.

Mientras el mundo político y los medios informativos se consumen en estos debates, las promesas electorales y sobre todo las esperanzas de reformas se van esfumando: lo que Trump dijo o no dijo al canciller ruso, lo que pidió o no pidió al director cesado del FBI, han desplazado del primerísimo plano de la actualidad las reformas fiscal, sanitaria y el primer viaje internacional de Trump.

En este viaje que empezó el viernes, los visitados serán el monarca saudita, el primer ministro israelí, el presidente palestino, el Papa, los jefes de gobierno de la OTAN y del G7. Todos verán sus mensajes anegados bajo las preguntas de los medios informativos acerca de los puntos y las comas de las conversaciones de Trump con los rusos. Quizá porque a estos medios la perspectiva de perjudicar o incluso destrozar a Trump les parece mucho más importantes que la evolución económica mundial, el equilibrio internacional de fuerzas o las perspectivas de paz en el Oriente Próximo.