La primera vuelta de las presidenciales francesas sumió ayer en el caos a los dos principales partidos del país, que han dominado la vida política en el último medio siglo y que, por vez primera, no estarán en la carrera por el Elíseo, en una auténtica hecatombe del bipartidismo. Sus dos candidatos, el conservador François Fillon y el socialista Benoît Hamon, surgidos ambos por vez primera de un proceso de primarias, fracasaron frente a las propuestas renovadoras del liberal Emmanuel Macron y la ultraderechista Marine Le Pen. Absortos ante el desastre, de dimensiones históricas, los dos partidos pidieron votar por Macron para frenar a la candidata de la extrema derecha.

Nunca antes los dos partidos se habían quedado fuera de la segunda vuelta de las presidenciales. Los socialistas ya habían conocido esa suerte cuando en 2002 Lionel Jospin fue superado por el ultraderechista Jean-Marie Le Pen, pero siempre había habido un candidato conservador en el balotaje final. El seísmo ha sido enorme en los dos partidos, cuyos principales responsables ocultaban con dificultad las consecuencias del batacazo. La amplitud del desastre del bipartidismo es profunda. En 2002, el peor resultado conjunto hasta ahora, sus candidatos recibieron el respaldo del 36 % de los votantes. En esta ocasión rondarán el 25 %. La naturaleza de los fracasos de cada partido es diferente, pero en ambos casos dolorosa.

Fillon perdió embarrado en los escándalos de corrupción de los que no supo desembarazarse después de que se conociera que había dado un empleo, presuntamente ficticio, a su esposa como asistenta parlamentaria. El candidato, que había ganado las primarias de su partido haciendo gala de su honestidad, quedó en entredicho cuando los jueces le imputaron por malversación de fondos públicos en plena campaña. La caída en las intenciones de voto fue brutal y, aunque en el tramo final remontó apoyándose en los sectores católicos tradicionalistas, no fue suficiente para superar la primera ronda. Roza el 20 % de los sufragios.

Fillon aseguró ayer que su candidatura tuvo “obstáculos demasiado numerosos y demasiado crueles” y que “algún día la verdad se conocerá sobre estas elecciones”. Dejó así sembrada la duda que vino abonando a lo largo de la campaña, la que le situaba como víctima de un complot orquestado desde el Elíseo para evitarle alcanzar el poder.

Más sombrío aparece el panorama de los socialistas, desgarrado entre los que se habían echado en brazos de Macron durante la campaña, representantes del ala más derechista del partido, y los que apoyaron las ideas más izquierdistas de Hamon, que cosechó el peor resultado de la historia de la formación, con menos del 7% de los votos. El candidato, que por sorpresa se había impuesto en las primarias al ex primer ministro Manuel Valls, no logró que sus propuestas pesaran en la campaña y vio cómo la mayor parte del electorado que hace cinco años llevó a Hollande al Elíseo se dividía entre los que desertaron hacia Macron y quienes lo hicieron hacia el izquierdista Jean-Luc Mélenchon, que roza el 20 % de los votos. Hamon pidió el voto para Macron, pero su futuro parece más comprometido que nunca.