Siglos atrás, Europa se vio asolada por las guerras religiosas que, además de enfrentar a países y devastar el continente, sirvió para poblar América, desde los famosos Pilgrims, los “peregrinos”, que llegaron a las costas de Nueva Inglaterra, los católicos que encontraron refugio en la colonia de Maryland, hasta los pacifistas alemanes que se refugiaron en Pennsylvania para hablar solo de la colonización de América del Norte.
Pero ahora, Estados Unidos se ve convertido también en un campo de batalla religioso, aunque con notables diferencias: por una parte, las guerras no se llevan a cabo con fusiles o espadas, sino que se desarrollan en los tribunales, de forma que en vez de derramar sangre lo que se derrama son los fondos de diversas instituciones o agrupaciones políticas.
Es importante matizar que aquí no se enfrenta una religión contra otra, sino los secularistas con todas las demás religiones, o mejor dicho con las religiones cristianas. Por ahora, ni judíos ni musulmanes se han visto arrastrados a estas luchas, como tampoco les ocurre a las religiones asiáticas o africanas, que aquí se ven más como fenómenos culturales o manifestaciones exóticas.
El último brote en esta contienda surgió en una escuela luterana del estado de Missouri, donde las autoridades se negaron a pagar unas reformas para aumentar la protección de los niños, alegando que dar dinero a esa escuela equivaldría a violar la norma de separación entre Iglesia y Estado. El asunto se planteó en los tribunales de Missouri y fue avanzando hasta llegar al Supremo, que aceptó estudiar el caso hace ya más de un año.
La guerra se ha recrudecido porque el Supremo empezó a debatir el caso esta semana, lo que ha llevado el debate a la opinión pública del país donde se lleva adelante esta guerra incruenta. Los secularistas insisten en que cualquier transferencia de fondos a una institución religiosa es contraria a la Constitución norteamericana, mientras que los defensores de instituciones religiosas argumentan que se trataría de un caso de discriminación, que a su vez violaría el principio constitucional de libre ejercicio de religión.
Ciertamente, es difícil decir donde está la línea que separa una actitud de la otra: la escuela en cuestión simplemente pidió los fondos que el estado destinaba a las escuelas en general, a las que recomendaba que pusieran un tipo de suelo especial en las zonas de juego, para evitar que los niños se lastimaran. Aquí se trata, esgrime la escuela, no de proteger una enseñanza religiosa sino a los niños y no hay razón alguna para que los estudiantes de centros religiosos estén sometidos a mayor peligro que los de centros públicos.
Sentencia favorable La cuestión parece ser tan difícil que los propios magistrados señalan que les cuesta resolverla, como indicaron en la sesión de apertura a los respectivos abogados. Incluso dos magistradas de la línea demócrata más progresista, como Ruth Bader-Ginsburg y Sonia Sotomayor, reconocieron que había puntos favorables a la escuela. En realidad, nadie duda de que la sentencia será favorable a la escuela: con la entrada en el tribunal de su último magistrado, el juez conservador Neil Gorsuch, nombrado por el presidente Trump, hay una mayoría favorable a las posiciones religiosas.
También está claro que, como las demás sentencias del Supremo, ésta tendrá repercusiones en las escuelas religiosas, pero igual que en las guerras de religión europeas, tampoco aquí se habrá zanjado la cuestión: un profesor de la Universidad de Georgetown, regida por los jesuitas, asegura que “el convencido la fuerza mantiene la misma opinión que tenía antes”. Y es seguro que, tal como ocurrió con la legalización del aborto, todavía rechazada por los conservadores a pesar de que respetan las leyes del país, también aquí seguirá la oposición de los secularistas a las escuelas religiosas.
Lo que no deja de tener cierta ironía es que la mayor parte de los secularistas están con el Partido Demócrata, la mayor parte de las escuelas privadas son confesionales? y los demócratas adinerados mandan a sus hijos a escuelas privadas.