Recep Tayyip Erdogan se convirtió ayer en el líder que acumula más poder en los 80 años que han pasado desde la muerte del fundador de la República, Mustafa Kemal Atatürk, en el cambio político de mayor calado desde que la moderna República turca fue fundada tras la caída del Imperio Otomano en 1923. Nacido en Estambul en 1954 en el seno de una familia modesta oriunda de las montañas del Mar Negro, Erdogan ejerció también como primer ministro durante el periodo más largo desde que el país abolió en 1950 el sistema de partido único.

Durante 11 años (2003-2014) fue jefe del Gobierno, antes de asumir el cargo presidencial en 2014, pero nadie en Turquía duda de que desde este puesto, según la actual Constitución neutral y con competencias meramente representativas, Erdogan sigue siendo quien tiene las riendas del país.

Él mismo argumenta que es el primer jefe de Estado elegido en las urnas -hasta 2007, al presidente lo elegía el Parlamento-, lo que le otorga un respaldo popular del que carecían sus predecesores. Desde esta supuesta legitimidad, Erdogan quiere crear una “nueva Turquía”, que dibuja como potencia económica mundial, piadosa, basada en la identidad islámica y guía del mundo musulmán, una ruptura profunda con los ideales laicos de Atatürk (1881-1938). Muchos le llaman “sultán”, cosa que no parece disgustarle cuando viene de sus seguidores, aunque también sus críticos usan ese apelativo para calificar sus sueños como megalómanos.

El presidente es enormemente popular en grandes regiones de Turquía, especialmente en el centro y noreste de Anatolia, donde el partido que fundó en 2001, el islamista Justicia y Desarrollo (AKP), alcanzó en algunas zonas en 2015 más del 80% de las papeletas. La campaña del referéndum ha dividido a los 80 millones de turcos y esa polarización se ha trasladado también a las comunidades turcas en Europa, a cuyos líderes Erdogan ha acusado de actuar “con métodos nazis” por prohibir mítines a favor de la reforma constitucional. Los seguidores de Erdogan ven sus ambiciones como un paso lógico en un líder que veneran por poner los valores musulmanes en el centro de la vida pública y construir carreteras, hospitales y escuelas. Erdogan apostó por una polarizadora campaña con un escenario en el que Turquía se enfrentaba a una pléyade de enemigos internos -el terrorismo y las redes golpistas- y externos -Occidente y el capital financiero, entre otros- y solo él era capaz de defender el país.

Periodistas encarcelados Los opositores temen un definitivo camino al autoritarismo con un presidente que consideran obsesionado con el poder y alérgico a la crítica, lo que ha convertido Turquía en el país del mundo con más periodistas encarcelados. El referendo se celebró con el estado de emergencia en vigor tras la intentona golpista del pasado julio y con la mayoría de los medios, tanto públicos como privados, apoyando el sí a la reforma. La popularidad de Erdogan alcanzó su apogeo tras la asonada, con dos tercios de los ciudadanos respaldándolo, pero su victoria de ayer fue por la mínima.

Pese a su importancia regional y económica, Turquía se encuentra cada vez más aislada en política exterior, con la Unión Europa y Estados Unidos marcando distancias, con fricciones con casi todos sus vecinos y unas frías relaciones con Rusia. La economía, hasta ahora uno de los puntos fuertes de la popularidad de Erdogan, se ha resentido por la inestabilidad, con el paro en el 13% -su mayor nivel en siete años-, la devaluación de la lira, la ralentización del crecimiento y con la deuda pública reducida a bono basura por las agencias de calificación.

Erdogan, precisamente, comenzó a labrarse su popularidad con una eficaz gestión como alcalde de Estambul (1994-1998), que fue su trampolín para llegar al cargo de primer ministro en 2002 e impulsar una privatización y dinamización de la economía turca. Los cambios económicos llegaron junto a mejoras sociales, como la extensión de la salud pública, lo que le granjeó la gratitud de las clases modestas y la simpatía de los mercados internacionales.

Su estilo conservador se refleja también en su vida personal: se casó a los 24 años con Emine Gülbaran, un año menor que él, con la que tiene dos hijos y dos hijas, una de ellas casada con un hombre de negocios que fue nombrado ministro de Energía en 2015. - Efe