Bilbao - La de Lyda Becerra es una historia de perdón. Natural de Líbano, un municipio colombiano situado en el departamento del Tolima, desde pequeña tuvo que convivir con las tensiones de estar cerca de las guerrillas. Sin embargo, hace 15 años un grupo de guerrilleros mataron a su marido. El dolor y la rabia se apoderaron de ella, pero no la consumieron y ahora, a sus 42 años, se dedica precisamente a la reinserción de presos guerrilleros como los que asesinaron a su marido, todo ello al frente de la gestora Kairós. Precisamente, Lyda ofrecerá hoy una conferencia a las 18.30 horas en el Dock de Bilbao invitada por la Asociación de Empresarias y Directiva de Bizkaia (AED) y Alboan con el fin de abundar en el proceso de paz de Colombia y presentar el documental El dolor del perdón, evento que también contará con el realizador del mismo, Tomás Martínez Antolín.

¿Cómo se vio atrapada en el mundo de las guerrillas?

-En Colombia había muchas zonas donde estaban tanto la guerrilla como las autodefensas. Era habitual vivir y trabajar en espacios cerca de ellos. No obstante, aunque sabía que existían no tenía ninguna conexión directa con ellos. Hasta que años más tarde empezaron a pasar cosas dentro de los propios bloques y grupos guerrilleros que estaban en cada zona y fue entonces cuando sucedió lo de mi esposo: le asesinaron.

Y aun así decidió trabajar en la reinserción de presos guerrilleros.

-Así es. De pequeña estudié un colegio que habitualmente nos llevaba a visitar a la Virgen de la Merced, patrona de los presos en Colombia, y cuando tuve edad suficiente comencé a trabajar en las cárceles, preparando a los presos para cuando salieran en libertad. Hace unos 12 años aproximadamente, cuando empezaron a desmovilizarse las autodefensas, comencé a trabajar con los presos guerrilleros también. La verdad, era muy difícil trabajar con ellos. No venían a ningún taller ni charla y mucha gente renunció a tratar con ellos. Pero yo no.

¿El ser mujer supuso en este caso alguna dificultad añadida?

-Sí. América Latina es muy machista y que fuera una mujer solo dificultaba mi labor. Aun así, logré que me respetaran, que confiaran en mí y que se dejaran ayudar. Y entonces recibes todo: sus sueños, sus risas, sus llantos, sus dolores, sus temores, sus esperanzas... Todo.

¿Hay algún caso que se le haya quedado especialmente grabado en la memoria?

-Hay muchísimos. No obstante, nunca olvidaré la cara del comandante que dio la orden de matar a mi esposo cuando me lo contó. En aquel entonces, cuando lo asesinaron hace 15 años, no estaba claro quién lo había matado y además de difícil también era muy peligroso buscar a los asesinos, así que lo dejé. Cuando empecé a trabajar con ellos en las cárceles los presos no sabían lo de mi marido. Pero cuando el comandante se enteró, para él fue muy doloroso saber que habían sido causantes de asesinar al esposo de una persona que estaba luchando por ellos tanto dentro como fuera de la cárcel. Así que, entre lágrimas, me lo contó. Al final, la vida se ha encargado de responder a las preguntas con las que me quedé en su día. Pero este es solo un caso. Hay muchos más.

¿Por ejemplo?

-También recuerdo muy bien cuando logré que un chico me contara cómo había matado a una persona. La había descuartizado en el baño de su casa mientras sus hijos y su esposa estaban en la sala. Tras mucho trabajo de sensibilización, se puso a llorar y me confesó que no sabía cómo había podido llegar a hacer eso, que a día de hoy no lo repetiría. O la historia de otro guerrillero que, como no tenían comida, se comieron a un compañero que habían fusilado el día anterior por un consejo de guerra.

¿Cuál es el objetivo con estos presos?

-Conseguir que la persona que lo único que ha hecho en su vida es matar visualice otro estilo de vida y, cuando salga de la cárcel después de 12 o 14 años, alcance la reconciliación. Sin embargo, es difícil y apenas tenemos apoyo. Es un trabajo muy fuerte, que haces con las uñas porque los recursos no son muchos. Mismamente yo he tenido que hacer dedo para poder llegar a algunas cárceles. Pero vale la pena darles una nueva oportunidad, porque la gente se equivoca y muchos quieren cambiar su estilo de vida. Los resultados nos lo muestran. Necesitamos llegar a más presos, a más desmovilizados y a más familias, porque no es solo la persona del grupo armado, sino todo lo que hay detrás.

¿Qué opina sobre el proceso de paz?

-Creo que estamos iniciando algo. No es fácil. Nos gustaría que todo cambiara de la noche a la mañana, pero sé, por mi propia situación, que el proceso de perdonar es largo y lleva años. Tienes que evaluarte a ti mismo, juzgarte a ti mismo y ver a cuánta gente has hecho daño de una u otra manera. Se están abriendo puertas, sí, pero hay muchas cosas que en Colombia no han cambiado. Por ejemplo, hay muchas zonas que siguen bajo la influencia de grupos armados y el tema del consumo de drogas también está ahí. Aun así, es un primer paso.

Desde su punto de vista, ¿cuál es la clave?

-La parte espiritual y la parte psicosocial. Sin ella, será muy difícil lograr que estos procesos tengan éxito. Hay que sanar internamente las heridas y exteriorizarlas, tanto de víctimas como de victimarios. Y después, a nivel de comunidad, transmitir este perdón desde tu sentir: que no sea un abrazo para una foto, sino un abrazo para ti, desde la tranquilidad que se lleva cuando se perdona.