El candidato del Partido de la Libertad publica una foto en Twitter, donde le siguen más de 760.000 usuarios. “El Partido Socioliberal quiere dividir esta ciudad si saca malos resultados electorales. Su candidato se manifiesta con los terroristas de Hamás. ¿Este es el siguiente paso?”, publica en el texto que acompaña a esa imagen en la que el aspirante retratado lidera una protesta que pronostica que “el Islam dominará el mundo”.
La foto es falsa; el caso, sin embargo, real. La imagen fue tomada el año 2009 y al frente de la protesta radical no estaba el aspirante socioliberal del partido D66 holandés, Alexander Pechtold, sino otro hombre. Al candidato ultraderechista Geert Wilders le vale: encabeza los sondeos sobre las elecciones de marzo.
La verdad no importa. Y si importa, no es lo más importante. La posverdad no es solo ese Donald Trump que era imposible que ganara (¿estás loco? ¡Cómo va a ganar...!). La palabra del año 2016, según el Diccionario Oxford, se refiere a las “circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
Miguel Ángel Quintana, profesor de Ética y Filosofía Política en la Universidad Europea Miguel de Cervantes, distingue la posverdad de la mentira. “Mientras que a un mentiroso le interesa la verdad para transmitir la idea contraria (su mentira), en tiempos de posverdad lo que le ocurre a la verdad es que simplemente deja de interesar”, describe Quintana en la web The Objective al explicar una idea sobre la que teorizó en 1986 el profesor de Filosofía Harry G. Frankfurt.
El catedrático de Comunicación en la UPV/EHU Ramón Zallo vincula este fenómeno -del que alerta cierto riesgo del fascismo- con tradiciones conocidas: “Es lo de toda la vida pero con tres nuevos ingredientes”.
En primer lugar, “una decepcionante, polarizante y tensa realidad social que frustra, indigna o despista a centenares de millones de personas” que lo mismo “toman las riendas, como propone el populismo progresista”, u optan por dejar todos los trastos a un “líder salvador”. Como segundo ingrediente, Zallo señala esa “política no reglada que huye de los parámetros objetivos en beneficio de los mensajes dosificados y escenarios interpretativos, donde la emoción desplaza al discurso estructurado”.
“El Papa apoya a Trump”
Por último, Internet: “Si bien horizontaliza la generación y circulación de información, tiene de malo que, a falta de reglas, en la selva hay de todo y no favorece la visibilidad del pensamiento fino”. La última campaña presidencial estadounidense refrenda esta explicación de lo que ocurre, como concreta Zallo, al menos de momento. El Pew Research Center concluyó que el 44% de los estadounidenses solo se informó por Facebook en la campaña que enfrentó a Trump con Hillary Clinton. En un mar con titulares como Dos negros matan a un anciano simpatizante de Trump, Clinton vendió armas al Estado Islámico y El papa Francisco publica un comunicado de apoyo a Trump.
Seis de cada diez personas, añade el centro de investigación, se informan a través de las redes sociales. “Eso significa que las noticias que aparecen en nuestros timelines son las que creemos, y a menudo no entramos en ellas para comprobar si son reales o falsas. Tan solo leemos el titular”, resume el consultor político Antoni Gutiérrez-Rubí, que percibe una “sociedad marcada por la sobrecarga de datos, noticias y opiniones que, al final, terminan por no dejar ninguna idea arraigada en la mente”.
“Para que estos mensajes, que no son algo novedoso, calen tienen que encontrarse un terreno sembrado, y lo está en el momento en el que hay un malestar y determinadas actitudes, situaciones o figuras políticas que se rechazan”, describe el también asesor Rafa Rubio. Tras trabajar entre otras en el área digital de la última campaña de Mariano Rajoy, en la comunicación de la Jornada Mundial de la Juventud de 2011 y en los JJOO de Río de Janeiro, este profesor de Derecho no ve espacio para estos discursos en la política más próxima: “No creo que lo haya... a día de hoy”.
“Más que el uso de verdades alternativas, que yo prefiero llamar verdades a la carta, lo nuevo es la velocidad de expansión y lo voluble que es la opinión pública”, avisa Rubio, que trae a la palestra un ejemplo de ficción: “Esto se plasma en el primer capítulo de (la serie) Black Mirror: ante hechos que pueden parecer impensables, trabajándolos o presentándolos de manera adecuada, la opinión pública puede cambiar en 24 horas. Eso es lo revolucionario”.
“Lo que diferencia a la posverdad de hoy de la de otros tiempos no es la mentira en sí, sino la polarización de la verdad que se hace cada vez más común. Y fácil de lograr”, certifica Gutiérrez-Rubí. Zallo, que recuerda un fenómeno similar bajo la etiqueta de Todo es ETA, tampoco cree que en Euskadi esté próximo un escenario. No en cuanto a la política general, pero sí advierte que ya se dio un episodio: “Ocurrió en el discurso con sordina contra la RGI desde medios cercanos al PP y aunque pudo tener algún efecto -es llamativa la desinformación pública al respecto- hay una parte sana de la opinión pública y una potente sociedad civil que reaccionó y lo desautorizó”.
“La posverdad entendida como desconfianza en instituciones, irrupción de micropoderes, desintermediación de la información, ausencia de capacidad predictiva, emocionalidad discursiva... no es algo nuevo, ni lo ha creado Trump, pero fue él quien mejor la entendió y supo ponerla a jugar a su favor”, resume Antoni Gutiérrez-Rubí con la vista puesta de nuevo en EEUU. Tras el actual mandamás republicano hay una figura que conviene conocer para entender su éxito: Steve Bannon.
“Como el populismo de Jackson (Andrew, presidente de EEUU entre 1829 y 1837), vamos a construir por completo un nuevo movimiento político”, declaró el líder del ala ultraconservadora de la Casa Blanca en el perfil que The Hollywood Reporter elaboró sobre él tras el triunfo de Trump. Entre otros, Bannon pasó por Goldman Sachs y produjo películas antes de ser ahora el principal ideólogo de la alt-right o derecha alternativa que manda en el 1600 de la Pennsylvania Avenue de Washington DC. Ha sido presidente ejecutivo del exitoso portal de Internet Breitbar News. La misma web que Hillary Clinton declaró como “enemigo número 1” de su campaña. Una página que calificó de racista, radical y ofensiva. Su responsable guía hoy el camino de Trump.
“Encaja dentro de la figura tradicional de asesor áulico que acaba teniendo un peso más allá de la comunicación y termina definiendo en gran medida las políticas de la Casa Blanca”, explica Rubio el fenómeno Bannon antes de recordar que presidentes anteriores han echado mano de figuras similares. Richard Perle, Karl Rove, David Axelrod?: “Independientemente de su papel orgánico en la Casa Blanca -han tenido papeles distintos-, nunca han sido los jefes de gabinete los que han pesado más. Estos personajes han terminado determinando las políticas públicas y no solo el mensaje desde la figura de asesor externo”.
La democracia en duda
Bannon ha sido clave en el éxito de Trump. Y quien marcará el rumbo de su Administración. Rubio se suma al diagnóstico de Gutiérrez-Rubí: “Aciertan en la lectura de la situación, Trump ve que EEUU está mucho más dividido que en el año 2008 y consigue hacer llegar un mensaje a una parte de la población que se activa de manera mayoritaria frente a la otra, que en parte se queda en casa. Es lo sorprendente: en un discurso tremendamente polarizado la otra parte en ningún momento llega a creerse la amenaza en serio”.
Dicho de otra manera, reformula Rubio, “Obama es responsable de Trump por acción o por omisión. Los índices de polarización de EEUU que arrancan con el cambio de política de Bush tras el 11-S no han hecho más que seguir creciendo desde 2008, cuando Obama se presenta a las elecciones con la promesa de volver a unir a un EEUU. Trump aprovecha la situación y surfea sobre esa ola”.
Con la vista también puesta en el otro lado del Atlántico, Zallo explica el éxito de webs como Breitbar News: “No hay que rendir cuentas más que para la causa que es la del superhéroe ungido, y para ello se puede mentir, engañar, amenazar o insultar. No hay verdad, ni reglas, ni juego limpio, ni diálogos, ni aprendizajes; solo visión y proyecto en la que se dan la mano”.
“Un dios, el pueblo americano entendido como comunidad de creyentes en el líder y en su misión, y su profeta Trump. 1984 en estado puro”, zanja en referencia al libro que George Orwell escribió en 1948 inspirado en los totalitarismos del siglo XX. Una obra que en los últimos meses ha vuelto a ser superventas en EEUU y en España.
A la crisis de las instituciones y a la económica hay que sumar la de los periodistas. No la de un periodismo cuyo deber de chequeo de datos y afirmaciones se antoja quizá más útil que nunca. En los mismos años 80 en los que Internet cogía cuerpo, el filósofo y exeuroparlamentario italiano Giovanni Vattimo señaló a los medios de comunicación, recuerda Quintana: “A medida que cada cual pudiese leer periódicos que solo un grupito más de afines leyese; a medida que cada cual pudiera ver las televisiones que más le dieran la razón; si cada cual iba a escuchar la radio de su preferencia; entonces acabaríamos compartiendo cada vez menos referencias comunes. Cada cual terminaría por vivir en un mundo diferente”.
Descrito el contexto de rechazo a figuras o situaciones políticas como el paro, la crisis de los refugiados o las amenazas de atentados, Rubio ahonda en la idea de Vattimo: “El sesgo cognitivo de las personas trata de adaptarse desde siempre a aquellas realidades que más encajan con su forma de ver la vida. Cuando esa visión política se radicaliza, los mensajes que confirman esa visión se admiten de forma absolutamente acrítica”.
Por eso la masa concluye que un alcalde conservador francés que da luz verde a una mezquita en su ciudad y recibe el respaldo de los Hermanos Musulmanes ha de fracasar en sus aspiraciones presidenciales. Incluso cuando partió como el favorito de la carrera.
El primer edil de Burdeos, Alain Juppé, fue bautizado como Alí Juppé y quedó enmarañado entre sospechas promusulmanas vertidas por una red digital conocida como fachosfera cuya mayoría de servidores se halla en Canadá y Rusia. Ante los que la justicia francesa no puede responder con rapidez. Al Fillon previo al escándalo de los pagos a su esposa, la fachosfera ya le había aplicado con su propio barniz islámico otra campaña de desprestigio: Farid Fillon. Caricaturizado con turbante verde y barba.
“La gran cantidad de información que se recibe a diario, y los múltiples medios y soportes a través de los que se accede a ella, han convertido a los individuos en una masa que parece estar llevada por la necesidad de acoplar los hechos a sus realidades”, analiza Gutiérrez-Rubí, que reconoce que esto está ocurriendo “aunque esas realidades no tengan sentido (pues son ellos mismos quienes se lo dan), en lugar de ver e interpretar los hechos de manera objetiva y, desde su realidad, acoplarse a ellos”. Si por norma uno ve la tele que le es más próxima, lee el periódico que más cómodo le resulta y escucha la radio que menos le molesta, ¿cuál es el papel de la verdad al configurar la comunidad?
“Ese es el drama de la situación”, resume Rubio, que además de la “responsabilidad” de políticos, periodistas y ciudadanos, también llama a releer “las condenas al relativismo que se han hecho desde diversas posiciones como Juan Pablo II, Ratzinger o el propio Vattimo”: “Hemos entendido que la tolerancia se basaba en la ausencia de verdades firmes, que eso era imprescindible para la supervivencia de la democracia, y podemos estar viendo que más que ser una condición indispensable puede acabar convirtiéndose en la semilla que genere su propia destrucción”.
Con tener acceso a Internet basta para publicar en Twitter una foto que impacte en la realidad. Por ejemplo, electoral. No hace falta que sea verdadera para que influya. Más si quien lanza la bola es quien lidera los sondeos y al Partido de la Libertad de un país que ante el peligro de un ciberataque ha decidido recontar los votos a mano. En un mes los holandeses decidirán si, entre otras, publicar fotos falsas es cruzar una raya inquebrantable. O si quizá no sea para tanto.
Concepto con historia. La posverdad no es nueva. “Nosotros, como pueblo libre, hemos decidido que queremos vivir en una especie de mundo de la posverdad”, escribió el guionista Steve Tesich en The Nation mientras Cobi jugueteaba por la Villa Olímpica de Barcelona. Doce años más tarde, en plena era de George W. Bush en la Casa Blanca, el escritor estadounidense Ralph Keyes diagnosticó que la mentira ya no cotizaba tan a la baja en política por culpa del descrédito de las instituciones y del auge de las (entonces) nuevas tecnologías.