El deshielo ha comenzado. Tras meses de desdén, la nueva Administración Trump ha comenzado lentamente a desvelar sus cartas sobre sus nuevas relaciones con la Unión Europea. Llevados por el pragmatismo, los líderes europeos están a la espera intentando conservar algunos consensos básicos mientras miran de reojo a otras potencias como China para establecer alianzas en el comercio mundial y los compromisos del cambio climático. El vicepresidente de EEUU, Mike Pence, desembarcó ayer en Bruselas y como aperitivo, el nuevo jefe del Pentágono, James Mattis, estableció la semana pasada algunas de las líneas maestras en su primera reunión con sus homólogos de la OTAN.
Frente a la mezcla de caos e improvisación atribuida al propio Donald Trump, un militar experimentado como Mattis con gran conocimiento de la Alianza, se ha desvelado como un político sagaz, capaz de modular el mensaje con perspicacia y prudencia. En sus apenas dos días de visita a la capital comunitaria, Mattis mostró su compromiso con la OTAN en una breve comparecencia conjunta con el secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg, al inicio de la reunión. Una vez establecido este tono conciliador, ya en la primera sesión con sus homólogos europeos, Mattis cambió de registro de manera sibilina e introdujo una amenaza velada sobre la posibilidad de que EEUU “modere” (expresión ambigua dónde las haya) su compromiso con la OTAN, si el resto de los países europeos no cumplen su compromiso de incrementar hasta el 2% del PIB su gasto en Defensa para el año 2014. Una meta que ahora mismo sólo cumplen cuatro países europeos: Reino Unido, Polonia, Grecia y Estonia.
Tras conseguir el consiguiente eco informativo y el lógico vértigo en las cancillerías europeas, en su segundo día de reunión Mattis volvió a poner el freno de mano: mostró su compromiso con el artículo 5 de defensa mutua entre los miembros de la Alianza y mostró una relativa beligerancia con Moscú. No dudó en atribuir al régimen de Putin el intento de interferencia en varios comicios (incluidas las propias elecciones estadounidenses) y postergó cualquier alianza militar con Rusia incluidas amenazas comunes como el yihadismo.
Unas últimas palabras con las que las capitales europeas pueden respirar tranquilas. O no. EEUU es plenamente consciente de que para conseguir un reparto equitativo de la carga en el seno de la Alianza deberá garantizar a los países del Este la seguridad respecto al anexionismo ruso. Polonia y Estonia ya están en la corta lista de los que cumplen lo establecido, Lituania y Letonia están incrementando fuertemente sus presupuestos. En medio del debate sobre un reparto equitativo del gasto en Defensa dentro de la Alianza, el deseo franco-alemán de que la UE ponga en marcha sus propias estructuras. Un núcleo duro en la política de Defensa meramente europea al que de, momento, se adscriben Italia y España. Con buena voluntad, pero pocos detalles concretos.
La estrategia de EEUU puede suponer un impulso a esto último o todo lo contrario si los países del Este deciden concentrar todos sus esfuerzos en el seno de la Alianza e incluso boicotear (ya lo han hecho con la crisis de refugiados) cualquier paso en este sentido por parte de Berlín y París. Reino Unido también ha amenazado con remar en contra, a pesar de que estas estructuras europeas en ningún momento intentarían superponerse a las de la Alianza y la posibilidad de crear un ejército europeo no está sobre la mesa.
Las capitales europeas son conscientes de que cualquier nueva brecha entre los países europeos puede desintegrar e incluso finiquitar el proyecto de integración europeo. El propio presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, muestra sus dudas a largo plazo sobre la capacidad de la UE de resistir los cantos de sirena derivados del Brexit si Reino Unido consigue negociar por separado con los países europeos acuerdos ventajosos. Por eso, la dureza calculada de Mattis respecto a Rusia puede acrecentar esa herida ya abierta Este-Oeste.