Hay algo que sorprende en la Navidad berlinesa: en sus mercadillos, restaurantes, decoraciones... se respira inocencia. En general, es un signo del diciembre centroeuropeo, pues en la polaca Cracovia los puestos del centro de la ciudad son alegres y reúnen a personas de todas las edades. Y sus famosos belenes demuestran que estas fechas resultan muy ilusionantes para los cracovianos.
En el caso de Berlín, un año más se había llenado de puestos, a través de decenas de mercados que ponían un suave tintineo en la ciudad. Luces tenues, campanas rojas, abetos, papanoeles... rodeaban a abundantes caldos y guisos. “It´s Christmas time”, argumentaba una camarera en Charlottenburg al servir un enorme recipiente de sopa Goulash y unas generosas meat balls (bolas de carne). Y ese espíritu llevaba semanas impregnando la compra y el encuentro en esta ciudad multicultural y ultracreativa. Con obsequios, amables comentarios y un desafío al General Invierno. Y es que Berlín tiene aún muchas heridas visibles de la II Guerra Mundial, del Muro, de su recomposición cubista y sin grandes inversiones. Los graffities gritan miradas libres y antisistema, los artistas arriesgan y sorprenden en cada rincón, escaparate o muro... Berlín ni es fácil ni es cómoda: con al menos cinco meses de invierno, exige piernas fuertes y mucha persistencia. Tiene zonas grises y muchos recuerdos, no plácidos, del pasado siglo. Pero su Navidad es suave, como una seda...
Durante meses, berlineses de diferentes pelajes manifestaron que temían que la capital alemana pudiera sufrir un atentado. En cambio, este otoño la gente circulaba tranquila, al tomar el metro, por las calles más concurridas, en eventos multitudinarios... Ya no se escuchaba el comentario del temor a las concentraciones humanas. Berlín seguía ostentando, feliz, su habitual canto a la libertad.
Un turco sí ironizó, hace dos sábados, en su restaurante, al meter una maleta: “No llevará una bomba, ¿no?”. Acababan de atentar en Estambul, y se ve que el restaurador lo tenía en mente. Pero los mercadillos seguían siendo un símbolo de humanidad. En una ciudad que acoge a inmigrantes y refugiados constantemente, y donde las empresas dedican horas laborales a la cooperación.
Al igual que en la fiesta nacional francesa en Niza, el autor o autores del atropello sabían que los mercados navideños berlineses son un estandarte de la ilusión, a todas las edades. Es de imaginar que no sólo querían matar y herir, sino que además pretendían robar a Berlín su mayor tesoro: la ilusión todavía aniñada por la vida. Una ilusión indisimulada en Navidad. En una Navidad que toma la ciudad, cada año, sin ambages.
En Alemania suelen ser bastante sobrios, pero tras los sucesos del lunes es inevitable el temor y el escalofrío. Ahora, berlineses de muy diferentes perfiles se preguntan si todo seguirá igual que antes; si serán capaces de seguir preservando su espíritu, tan inusual en otras partes del mundo.