Muchos miden las perspectivas de un nuevo presidente por sus primeros cien días de gestión, pero en el caso de Trump tal vez se pueda medir en millones o quizá más bien en millonarios: hasta estos momentos, 7 de sus 16 nombramientos han ido a manos de millonarios, sin contar la propia fortuna personal del futuro presidente, estimada en unos 4.500 millones de dólares.
El otro grupo que domina en su gabinete son los militares, pues ya son tres los que ocuparán puestos clave y es probable que, una vez completado el equipo, haya más fortunas y galones acumulados.
En realidad, su selección es bastante comprensible si pensamos que la mayoría de la gente trata de rodearse de lo que ya conocen. Y la experiencia de Trump es precisamente esta, de dinero y de galones.
No solo ha sido el futuro presidente millonario desde su infancia, sino que ha hecho su vida en torno al dinero, lo que le ha permitido multiplicar por mucho la fortuna heredada. Aparte de su talento natural, Trump se graduó en Economía por la Universidad de Wharton, considerada la primera del país en la especialidad, aunque tenía tanta prisa por entrar en el negocio inmobiliario que no siguió los estudios para conseguir el máster.
Podemos imaginar que, aparte de los obreros de la construcción que veía diariamente, sus amistades eran otros plutócratas como él y que se rodea ahora de la gente que conoce y con la que se entiende.
Así, en su gabinete hay cuatro personas cuyas fortunas se cuentan en miles de millones y tienen la experiencia de administrarlos. El más rico de todos le supera incluso a Trump, pues el futuro secretario del Tesoro tiene unos 40.000 millones de dólares, comparado a los 4.500 que probablemente tiene Trump. Muy de lejos le sigue la secretaria de Educación, Betsy de Vos, que ha heredado muchos de sus 5.100 millones y en tercer lugar se sitúa el designado para la cartera de Comercio, Ross Wilbur, que se dedica a inversiones en general y cuenta con 3.000 millones.
Les siguen las fortunas más modestas de otros cinco, quienes tienen tres ceros de menos y se han de contentar con millones: 500, para la directora de la Administración de la Pequeña Empresa, Linda McMahon, 17 para la secretaria de Transportes Elaine Chao; 15 para el de Justicia, Jeff Sessions, además de una cantidad indeterminada para el neurocirujano Ben Carson, que ha conseguido 27 millones en el último año y medio cobrando honorarios como conferenciante. No hay datos sobre la fortuna del secretario de Trabajo, Andrew Puzder, pero desde hace tiempo sus salarios han sido de millones de dólares. También se le parece el gabinete en cuestión de edad: de las 17 personas nombradas, 11 tienen más de 60 años y varios se acercan a la edad de Trump, que cumplió los 70 en junio. Uno de ellos, Wilburg, incluso ronda los 80,
Y también militares En cuanto a la segunda afición de Trump, los militares, tres han sido ya nombrados ya: los generales John Kelly para Seguridad Territorial, James Mattis para Defensa y Michael Flynn, como Asesor de Seguridad Nacional, un cargo especialmente próximo al presidente y con oficinas en la misma Casa Blanca.
También aquí está Trump en terreno conocido: después de asistir a una escuela religiosa jesuita en Nueva York, sus padres los enviaron a los 13 años a la Academia Militar de Nueva York, una institución hoy difunta en la que permaneció cinco años. No parece muy claro que diera los frutos esperados: sus padres querían meter en cintura a un joven impetuoso e indisciplinado, algo que normalmente es misión del sargento encargado de cada curso, pero aparentemente el joven Trump se impuso al sargento y regresó triunfalmente a Nueva York, al frente del desfile en que participaba su escuela. Entre tanto, van sonando algunas voces de alarma por la profusión de generales y empresarios, vistos con recelo por los grupos progresistas. Pero también hay cierta preocupación en el bando conservador, que temen una política “dirigista” de corte europeo, en que el gobierno se meta a mandar en las empresas como parece haberlo hecho ya Trump cuando convenció a Carrier que no se llevara su fábrica a México. El gobierno, insisten los conservadores, no ha de “hacer” política económica, sino sentar las bases para que los empresarios actúen y florezcan en un mercado totalmente libre.
En realidad, estas inclinaciones de Trump encajan con sus anteriores afinidades políticas, pues tenía hasta hace poco declaradas simpatías por los demócratas, cuyas tendencias son intervencionistas. Aunque más bien parece que su presidencia será ¨post-ideológica” y que sus políticas no se orientarán ni a derecha ni a izquierda, sino seguirán el impulso del momento.
Este no es ciertamente lo que preocupa en estos momentos. La masa de los inversores cree que su presidente-empresario será bueno para la economía y está de acuerdo con él en que vale la pena aprovechar el talento que otros empresarios han demostrado en beneficio propio. Prueba de esta confianza popular es que las bolsas han crecido en más del 6% desde la victoria electoral de Trump.