Racista, machista, maleducado, ignorante e irresponsable. Son cinco calificativos que Donald Trump, candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, se ha ganado a pulso en el último año y medio. Lo ha hecho él solito lanzando una lluvia de declaraciones públicas que deja claro cuál es su visión del país que pretende gobernar y del mundo que aspira a liderar. Desde el exterior parece evidente que un discurso racista, machista e irresponsable no puede ser tomado en cuenta en unas elecciones del siglo XXI, pero Trump llega a la recta final de la campaña prácticamente empatado con la aspirante demócrata, Hillary Clinton. Sus dardos incendiarios no han dejado indiferente a ningún votante americano. O se le odia, o se le ama. En esa polarización de la sociedad americana, la frivolidad del magnate, cultivada a la perfección durante años de alfombras rojas y realitys de televisión, ha cuajado en el perfil del votante más conservador, el del hombre blanco del interior del país que ve en los inmigrantes una amenaza directa para la salvaguarda de su estilo de vida.

A solo un día de que las urnas decidan quién será el nuevo inquilino del despacho oval, da la sensación de que la lengua envenenada de Donald Trump servirá tanto para explicar su victoria como su derrota. El odio y el miedo que ha propagado con sus palabras han servido para llegar con opciones al día decisivo, pero en caso de quedarse a las puertas de la Casa Blanca, habrá que reconocer que muchos votantes habrían optado por Clinton como un mal menor, ya que la ex secretaria de Estado, en el inicio de la carrera presidencial, tenía muchos detractores incluso en el seno del partido demócrata. Así pues está por ver si a Trump sus perlas le sirven para alcanzar la cima o si, por el contrario, se convierte en un ejemplo más de que por la boca muere el pez.

El enemigo de México

“Trump, eres un pendejo”. Es el eslogan que desde hace meses se puede leer en carteles y camisetas por todos los Estados Unidos. La presencia latinoamericana es notoria, en gran parte, por los millones de emigrantes mexicanos que buscan su oportunidad en el país de las barras y estrellas. Trump ha visto en los emigrantes un claro objetivo y no precisamente para ganarse el voto latino, sino para hacerles pagar el pato del desempleo y los malos números de la economía.

“Los mexicanos están trayendo sus drogas, están trayendo su crimen. Son violadores y algunos, asumo, son buenas personas”. Las palabras de Trump, en los albores de las primarias republicanas fueron un bombazo. Su discurso indignó a millones de americanos, pero despertaron los peores instintos del sector más radical de los estados sureños, donde una estricta política fronteriza es vista por muchos con buenos ojos. Ahí encontró Donald Trump los mejores cimientos para su idea del muro: “Construiré un gran muro en nuestra frontera sur y haré que México pague por él”.

Durante la campaña no ha dudado en prometer que si es elegido presidente expulsaría del país a todos los inmigrantes indocumentados, pero tuvo que rectificar y matizar que solo deportaría a los que tuviesen antecedentes criminales. Uno de sus ataques más sonados contra la comunidad mexicana fue tras conocerse que el director Alejandro González Iñárritu ganaba el Oscar por su película The Revenant: “Los Oscars son una triste broma, muy parecido a nuestro presidente. ¡Hay tantas cosas que están mal!”.

Pero el odio de Trump no está enfocado únicamente a los mexicanos. El magnate neoyorquino aseguró sin tapujos que “prohibir el ingreso de los musulmanes en Estados Unidos es algo de sentido común”.

El odio al Islam

Donald Trump ha querido alimentar también el odio contra los musulmanes y para ello no ha dudado en golpear la política exterior de Barack Obama y Hillary Clinton. En un acto en Misisipi proclamó: “Ellos han creado el Estado Islámico. Hillary Clinton creó el grupo con Obama”.

Para Trump Oriente Medio no debería ser más que un coto del que poder extraer petróleo. “¿Saben por qué son ricos? Porque tienen petróleo. Les arrebataré por completo su fuente de riqueza, que es el crudo. Los bombardearé hasta erradicarlos”, señaló.

Esta postura también quedó evidente cuando escupió pestes por un intento de recuperar la normalidad en Siria: “Acaban de construir un hotel en Siria. ¿Pueden creerlo? Están construyendo un hotel. Cuando yo tengo que construir un hotel, pago impuestos. Ellos no tienen que pagar impuestos porque cogieron todo el petróleo que yo dije que deberíamos haber tomado cuando nos fuimos de Irak”.

Su mayor error

De todos los berenjenales en los que se ha metido Trump, el que más factura le ha pasado ha sido, sin duda, el machismo y el desprecio por las mujeres. Sus salidas de tono en este sentido han provocado que muchos de sus apoyos se desmarcasen de su candidatura e incluso que relevantes cargos republicanos anunciasen su negativa a votarle.

En una entrevista de Rolling Stone, Trump cargó contra Carly Fiorina, quien se había postulado como candidata republicana: “¡Mira esa cara! ¿Acaso alguien votaría por eso? ¿Se imaginan que ese sea el rostro de nuestro próximo presidente?”. También lanzó un ataque similar contra la fundadora del Huffington Post: “Arianna Huffington no es atractiva ni por dentro ni por fuera. Entiendo totalmente por qué su antiguo esposo la dejó por un hombre. Él tomó una buena decisión”. Y, cómo no, su principal rival político no se ha librado de sus despreciables mensajes: “¿Si Hillary Clinton no puede satisfacer a su esposo, qué le hace pensar que satisfará a Estados Unidos?”.

En la recta final de la campaña a Trump le ha estallado un escándalo al descubrirse una grabación de 2005 en la que conversa con el presentador Billy Bush y realiza tales comentarios que incluso su mujer tuvo que salir al paso para condenarlos. “Me lancé por ella como a una perra, pero no lo conseguí. Ya estaba casada”, decía Trump, “entonces, de repente la veo y ya tiene tetas falsas y todo. Ha cambiado totalmente su aspecto”. Al ver a una compañera de su interlocutor, el magnate no se contiene: “Tu chica está muy buena. Me voy a tomar un caramelo, no vaya a ponerme a besarla. Me atraen las mujeres bonitas automáticamente. Las comienzo a besar, es como un imán, no puedo ni esperar. Y cuando eres una celebridad te dejan hacer lo que quieras. Agarrarlas por el coño. Puedes hacer de todo”.

Así pues, Donald Trump se ha mostrado en campaña como un hombre sin filtros en la boca, incapaz de contener su lengua. Tal vez Estados Unidos tenga que aprender a convivir con un presidente que no siempre tiene tan claro lo que quiere decir: “¿Qué voy a hacer? Tengo que decir lo que tengo que decir. ¿Y sabe usted lo que tengo que decir? Tenemos un problema. Tenemos que descubrir cuál es el problema. Y tenemos que solucionar ese problema”.