EL predicador islamista Fethullah Gülen, cuyo movimiento ha sido durante años aliado del actual Gobierno turco, se ha convertido en su principal enemigo, hasta el punto de ser calificado de “terrorista” y responsabilizársele del golpe de Estado fallido que sacudió Turquía el viernes pasado. Gülen, nacido en 1941 en una familia religiosa en la provincia de Erzurum, en el noreste de Turquía, trabajaba hasta los años 1980 como predicador, siguiendo las enseñanzas del teólogo turco fundamentalista Said Nursi.

A partir de los 1990, Gülen se implicó en la creación de una red de seguidores con influencia política y social, conocida como Hizmet (Servicio), aunque en turco, sus miembros también se conocen como fethullahci. En 1999, Gülen viajó a Estados Unidos para buscar tratamiento médico y desde entonces vive de forma recluida en una mansión cerca del pueblo de Saylorsburg en el estado de Pensilvania. No suele aparecer en público, pero sus enseñanzas se transmiten por vídeo o en forma de mensajes difundidos entre sus seguidores.

El buque de insignia del movimiento gülenista son academias privadas de apoyo a la enseñanza secundaria en toda Turquía, así como colegios privados en numerosos países del mundo, también en Estados Unidos.

Durante la década pasada, la expansión de los fethullahcis en la policía y la judicatura turcas era un secreto a voces, y su presencia en puestos clave marginaba a los funcionarios de la vieja escuela kemalista y laica, e imponía una visión islamista, a favor del cumplimiento de las normas religiosas y una mayor segregación entre mujeres y hombres.

El mensaje de Gülen incluye el respeto a las formas democráticas, insistiendo en la fe como fundamento social (sus seguidores piden penalizar la blasfemia) y en el diálogo cordial con otras religiones, en una visión de una alianza de las religiones contra el materialismo y el ateísmo. El Hizmet se convirtió así en la punta de lanza de la islamización promovida por el gobernante partido de Justicia y Desarrollo (AKP) y en contrapeso al poder de las Fuerzas Armadas, tradicional guardián del laicismo de la República.

La pugna se decidió mediante el gran juicio Ergenekon (2008 y 2013), en el que cientos de altos cargos militares fueron acusados de una conspiración golpista y muchos de ellos condenados a cadena perpetua, dejando el Ejército descabezado. Era el fin de 60 años de “democracia tutelada” en Turquía y la subordinación de las Fuerzas Armadas al Gobierno, una victoria rotunda para el AKP y su fundador Recep Tayyip Erdogan, actual presidente de la República. Pero en 2016, el Tribunal Supremo anuló todas las condenas y Erdogan acusó públicamente a los gülenistas de haber intentado hundir con ese gran juicio y mediante pruebas falsas, a las Fuerzas Armadas. En medio se había fraguado la enemistad entre los antaño aliados: la muy influyente prensa gülenista, defensora incondicional de Erdogan, empezó a distanciarse en 2013 del rumbo cada vez más autoritario del entonces primer ministro, sobre todo tras las protestas izquierdistas de Gezi.

Hasta ese momento, los colectivos de seguidores de AKP y Hizmet se solapaban en gran medida y no se apreciaban grandes diferencias ideológicas entre ambos grupos. En otoño de 2013 llegó la ruptura, al ordenar Erdogan el cierre de todas las academias privadas de refuerzo escolar, de las que al menos un tercio estaba en manos de gülenistas. Estas instituciones constituían no sólo una importante fuente de ingresos sino también un caladero para captar adeptos entre jóvenes de extracción social modesta y buenos resultados académicos. En diciembre, varios fiscales, supuestamente cercanos al Hizmet, lanzaron una investigación de gran envergadura por sospechas de corrupción contra altos cargos públicos, deteniendo a los hijos de varios ministros y salpicando al propio Erdogan.

El enfrentamiento se saldó con la expulsión y posterior detención de los fiscales y jefes de policía responsables de la investigación y la sustitución de casi toda la cúpula de la Judicatura por funcionarios leales a Erdogan.

La oleada de purgas en los organismos públicos ha continuado de forma ininterrumpida desde entonces, y la Fiscalía califica la red gülenista como “organización terrorista de Fethullah Gülen”, pese a que no se conoce ningún mensaje del predicador a favor de la violencia o el uso de armas.