washington - El presidente Obama ha sido el último personaje en intervenir en las tensiones raciales norteamericanas que han enfrentado repetidamente a la Policía con manifestantes negros en lo que muchos llaman “la guerra del negro contra el azul”, el color de los uniformes policiales y que atribuyen a un continuado racismo.
Todo el país pudo escucharlo en directo en la ceremonia de Dallas para honrar a los 5 policías que murieron a manos de un militar retirado negro que decidió matar policías blancos, en aparente represalia por la muerte de dos hermanos de raza. Pero sus palabras, a pesar de las alabanzas que recibieron, no llevan trazas de mejorar la situación que está viviendo un resurgimiento de las tensiones raciales. Probablemente este es el mayor de los fracasos de Obama, a punto de cumplir los ocho años de su mandato sin conseguir lo que amigos y enemigos esperaban de él: que, como primer presidente negro, mejorara la relación entre blancos y negros.
No lo ha conseguido y muchos le culpan por este fracaso. Pero sus posibilidades eran muy menguadas desde el principio, porque los problemas raciales en Estados Unidos son como un defecto de nacimiento, que casi nunca tiene remedio.
Han pasado más de 150 años desde que Alexis de Tocqueville, el ciudadano francés que dedicó tiempo a estudiar lo que entonces era el fenómeno único de un país con sistema democrático, escribiera en su Democracia en América que las divisiones raciales se presentaban como un problema insuperable que el país tendría de forma permanente en su futuro. Las cosas no se han desarrollado como él preveía, porque ni sospechaba las futuras luchas por los derechos civiles, ni las leyes que tratan de compensar las desventajas socio económicas de los negros ni, muchísimo menos, la guerra civil que costó al país más vidas que cualquier otra contienda y acabó con la esclavitud.
Pero las erupciones de violencia que el país vive periódicamente, además del resentimiento constante de las comunidades negras, concuerdan con sus previsiones. Desde hace más de un año, la atención se centra en la muerte de negros enfrentados a la policía, a la que acusan de no apreciar la vida de los ciudadanos de color. El movimiento las vidas negras son importantes trata de poner de relieve la poca consideración de “los azules” conceden los negros a quienes detienen arbitrariamente y contra los que disparan con mucha facilidad. En este conflicto hay un problema de percepción, porque en las estadísticas más recientes podemos ver que de unas mil personas muertas en enfrentamientos con la Policía, 600 eran blancas y 250 negras. Las cifras inducen a error, porque los negros, al representar solamente el 12% de la población norteamericana, el reparto habría de ser de 750 a 100, de forma que 250 son proporcionalmente muchos.
Esta proporción es la que provoca las acusaciones de racismo, porque relativamente hay muchas más muertes de negros que de blancos. Pero la realidad es mucho más complicada: la gran mayoría de las muertes violentas, en el caso de los negros, se deben a asesinatos, y aquí la proporción entre negros y blancos es todavía más desigual: en un año, murieron asesinados 6.200 negros, frente a 5.500 blancos. Si juntamos ambos números, es fácil ver que, para las muertes blancas, la Policía es responsable de un 10%, pero en el caso de los negros no llega ni al 5%. En cambio, a la hora de matarse entre ellos, los negros lo hacen seis veces más que los blancos.
Muchos achacan la situación al racismo. Los negros señalan la desventaja con la que partieron en esta sociedad, donde la abolición de la esclavitud no llevó consigo el acceso a buenos empleos y oportunidades económicas. Muchos blancos les dan la razón y se dan golpes de pecho, pero no encuentran remedio. Ha habido esfuerzos bien intencionados, como la normativa del presidente Nixon para trasladar a los niños de las escuelas públicas a diferentes barrios de la ciudad, donde se verían obligados a convivir con otras clases sociales y otras razas, o la “ley de acción afirmativa”, que les da ventajas en empleo y admisión escolar. Pero los resultados han sido mínimos: en parte por la resistencia de las familias blancas que se mudaban para evitar que llevaran a sus hijos a barrios peligrosos. Y en parte por el resentimiento de otros estudiantes y trabajadores cuando les pasen por delante personas menos preparadas.
Pero el mayor problema está en la sociedad negra, desde los líderes a la gente de a pie: sus figuras políticas se dedican a la demagogia y alimentan los resentimientos para tener un éxito rápido, en vez de aconsejar disciplina y trabajo. La familia negra estable casi no existe: la delincuencia es tan elevada que muchos hombres jóvenes están en la cárcel y el 75% de los niños negros son hijos de mujeres solas, frecuentemente sin dinero ni preparación para educarlos. A esto se suma una cultura perniciosa en que los buenos estudiantes negros son el hazmerreír de sus amigos porque “se comportan de blanco”.
Y es cierto. Algunos negros salen adelante con los medios de la mayoría blanca, estudiando y trabajando. Michelle Obama desciende de esclavos, lo que no le impidió asistir a universidades de prestigio y trabajar en un buen bufete. Sus hijas han asistido a uno de los colegios más caros... rodeadas de compañeras blancas.