Washington - Los resultados de las primarias de Nueva York confirman prácticamente a Hillary Clinton como candidata demócrata y hacen muy probable que el Donald, como muchos llaman al multimillonario neoyorquino Donald Trump, represente al partido republicano.
En ambos casos, el resultado es inquietante pero, en el de Trump, es catastrófico. Los dos candidatos entran con mal pie a las elecciones: el 52% del país tiene una opinión negativa de la ex primera dama mientras que el Donald tiene en contra suyo nada menos que el 68%, es decir, los norteamericanos podrían tener por presidente a alguien a quien rechazan los dos tercios del país.
Muchos se preguntan cómo es posible que, en un sistema democrático, las únicas opciones no representen los deseos de la mayoría de la población. En el caso de Trump, su candidatura acumulará como mucho unos 11 millones de votos, que habrán sido capaces de cerrar el camino a otros candidatos republicanos que habrían resultado mucho más atrayentes para los casi 250 millones del censo electoral. Peor todavía, estos 11 millones de votos que pueden poner a Trump a un paso de la Oficina Oval, no representan al pueblo norteamericano, sino que son un conjunto de activistas, muchas veces radicales, que participan en el proceso de elecciones primarias en sus diversas formas.
A la hora de votar en las presidenciales de noviembre, la mayoría de los norteamericanos tendrá que decidirse por lo que consideren el mal menor y, tanto si se abstienen como si votan, difícilmente estarán satisfechos con el resultado, aunque gane el candidato a quien votaron. Es improbable que Clinton o Trump, si llegan a la presidencia, representen a la mayoría del país, pues el 40% se considera independiente mientras que un 60% preferiría que la oferta electoral no se limitara a dos partidos.
Para comprender la magnitud del desastre republicano, basta considerar sus alternativas si el candidato es Trump: o perder las elecciones de noviembre, con las consecuencias de que un presidente demócrata llene las vacantes que se vayan produciendo en el Tribunal Supremo, donde 9 magistrados con cargos vitalicios definen las grandes cuestiones del país, o tener un okupa en la Casa Blanca.
Porque Trump no representa a la mayoría moderada del partido, que escucha aterrorizada sus tiradas contra los inmigrantes, sus deseos de abandonar a sus aliados o sus planes proteccionistas.
En realidad, el partido republicano ha evolucionado mucho en sus 160 años de existencia, porque nació como un partido de obreros, empresarios, negros y defensores del proteccionismo y del patrón oro, para defender a ultranza el libre comercio y perder a los negros, que hoy votan en más del 90% por el partido demócrata.
Nerviosismo republicano El nerviosismo republicano va en aumento porque Trump va creciendo en una forma que nadie creía posible. Y la última esperanza está en los dos rivales que aún se enfrentan al Donald, el senador tejano Ted Cruz y el gobernador de Ohio John Kasich. Ninguno de los dos tiene posibilidades de ganar a Trump en votos, pero ambos se aferran a la esperanza de que la convención republicana de Cleveland en el mes de julio rechace a Trump. No sería la primera vez que eso ocurre en una convención, la más notable fue la que nombró a Abraham Lincoln en 1860, a pesar de ir detrás del entonces favorito William Seward.
Para que esto ocurra, Trump habría de llegar con menos de la mayoría absoluta de 1.237 delegados acumulados a lo largo de las primarias, lo que obligaría a una segunda votación, en que los delegados no están obligados a votar por el candidato que obtuvo los votos en sus estados respectivos.
Trump advierte de que este proceso sería “contrario a la democracia”, pero tanto dentro como fuera del partido le responden que esta democracia no puede quedar limitada por las preferencia de 10 millones de votantes primarios frente a 250 millones y que, por otra parte, el partido se dio las normas que ahora sigue en un proceso aceptado por sus seguidores. Aunque los donaldistas gritan y protestan que semejante proceso sería injusto, Trump quiere evitar que se produzca esta situación y trata desesperadamente de acumular los 1.237 delegados necesarios para que la convención se convierta en una coronación.
contrata ‘fontaneros’ Para evitar los recientes tropiezos que le hicieron perder delegados en Colorado y en otros estados y las declaraciones imprevistas que ponen en tela de juicio su capacidad, recurre a todo lo contrario de lo que ha hecho hasta ahora: contrata a fontaneros bregados en otras elecciones y va aplicando los métodos de lucha electoral que tanto ha criticado hasta ahora.
Este giro podría volver en contra suyo a quienes le han seguido por ser diferente a los demás, pero como el propio Trump ha dicho, “yo podría ponerme a disparar en el centro de Nueva York y nadie se volvería en contra mío”.
Pero al margen de esta ruidosa minoría de donaldistas, están los muchos más millones de votantes que siguen el proceso con horror. Sin olvidar la experimentada maquinaria electoral de Hillary Clinton que, ya casi libre de su rival Bernie Sanders, ha empezado ya a enfilar los cañones a Trump.