Los recientes idus de marzo, famosa ronda de primarias americanas, no fueron malos para los césares de la campaña presidencial, pero seguramente justificaron su mala fama para el futuro del Partido Republicano y para el discurso político y cívico de Estados Unidos: tanto Donald Trump como Hillary Clinton apuntalaron sus ventajas para conseguir la nominación republicana y demócrata, respectivamente, pero la desunión impera entre los republicanos y en el país no se atisban fórmulas para resolver sus dificultades.

Y son acuciantes, desde la convivencia nacional a la economía: las esperanzas de superar divisiones raciales, que dominaban hace ocho años cuando el país eligió a su primer presidente negro, han dado paso a una polarización aún mayor, los grandes problemas sociales como la educación y la sanidad siguen por resolver y la crisis económica apenas ha quedado superada.

Probablemente, esta perplejidad y el cúmulo de problemas sin solución son los responsables del sorprendente momento político, dominado por las paradojas: ¿el país clama por líderes ajenos al poder establecido? Sí, pero se vuelca en favor de figuras como Clinton, que después de ser primera dama fue senadora por Nueva York, o por Donald Trump, que si bien no ha ostentado cargos lleva décadas manipulando el sistema político. ¿Los jóvenes quieren ideas nuevas? Su candidato favorito es el septuagenario Bernie Sanders que ostenta cargos públicos desde 1981 en su estado adoptivo de Vermont. ¿El pueblo llano sin dinero ni estudios quiere que lo representen? Pues adora a Trump, un millonario privilegiado desde la cuna.

La campaña de los demócratas estaría ya decidida a favor de Clinton si no fuera por el riesgo que plantea su situación jurídica, aunque a juzgar por la alegría y aplomo que muestra en los actos electorales, está fuera de todo riesgo a pesar de las investigaciones de la fiscalía y el FBI por haber puesto en peligro informaciones secretas cuando estaba al frente de la cartera de Exteriores.

Entre los republicanos la situación es complicada, lo que no representa solo un riesgo para el partido, sino también para todo el país cuyo sistema administrativo y político se ha basado casi desde el principio entre el equilibrio de dos fuerzas políticas. Después del fracaso de los líderes del partido en su intento de cerrarle el camino a Trump, los republicanos se preguntan si es mejor tener a un demócrata en la Casa Blanca o cerrar los ojos y apoyar a Trump para evitar la victoria de Clinton.

No es solo un dilema para los próximos cuatro años, sino una lucha por el alma del partido que vive agrias divisiones. Estados Unidos está padeciendo profundos cambios sociales y los líderes republicanos creyeron tener una solución con una cara nueva en el senador Marco Rubio, de familia inmigrante y orígenes humildes, bien distinto de líderes tradicionales de las clases más altas y ricas. Pero el proceso de primarias les ha dejado con dos opciones semejantes: el “caudillo del norte”, Donald Trump, una caricatura nórdica y rica de los caudillos bananeros del sur del continente, y Ted Cruz, quien exhibe su fervor fundamentalista y justiciero a la menor ocasión.

La propia supervivencia del Partido Republicano es otra paradoja pues hace pocos meses tenía un futuro sonriente. Después de ocho años exilado de la Casa Blanca, se le abrían las puertas de la presidencia con perspectivas claras de mantener la mayoría en las dos cámaras del Congreso. Ahora, tiene que recoger las migajas de un partido fragmentado y buscar una orientación que le permita sobrevivir o reagruparse como nueva formación política.

Otras paradojas Las paradojas no se limitan a la política. La economía no acaba de arrancar y la deuda se acerca ya a los 20 billones de dólares -y sigue subiendo-. El nerviosismo lleva meses dañando las bolsas de valores, pero ahora que el Banco Central ha reconocido que el enfermo económico todavía convalece y mantiene los estímulos para ayudarlo a despegar, las bolsas se llenan de alegría y los precios suben como en los mejores tiempos.

En cuanto al Supremo, añade un elemento de tensión en un año ya tenso. Y es que en Estados Unidos, donde es prácticamente imposible enmendar la Constitución, sus nueve magistrados tienen en sus manos interpretar esta ley fundamental donde se deciden las formas de convivencia. En general, los demócratas ven la Constitución como un “documento vivo” que se ha de adaptar a los tiempos. Los republicanos quieren respetar las ideas originales a las que atribuyen el éxito económico y político del país en sus dos siglos y medio de historia.

Con la muerte del magistrado conservador Antonin Scalia, el Tribunal está dividido en partes iguales con cuatro progresistas y cuatro tradicionalistas, pero varios de ellos tienen ya una edad avanzada y es de prever que el próximo presidente llene varias vacantes, algo importante porque los cargos son vitalicios.

Con el presidente al final de su mandato, el Senado, controlado por la oposición y cuyo voto es necesario para confirmar el nombramiento, se niega a aceptar al magistrado que acaba de proponer el presidente -algo que Obama aprovecha para presentar a los republicanos como unos obstruccionistas e influir así indirectamente en la campaña-.

Y es una maniobra a la que prestarán atención, porque este año el interés por la campaña electoral es inusitado. Lo habitual es que el público no le preste atención hasta las convenciones, que serán en la segunda mitad de julio cuando los dos partidos coronen a sus candidatos en sendos estadios deportivos en Cleveland y Philadelphia. Pero esta vez incluso este espectáculo puede ser dramático: contrariamente a lo habitual, es posible que ningún republicano llegue con mayoría absoluta dentro del partido y, de ser así, en vez de la coronación habitual, tendremos una exhibición de pugilismo político.