trípoli - “¿Qué me haría feliz? Escuchar que se ha acabado la guerra en Siria”. Esta sencilla, pero clara y sincera reflexión pertenece a Olfa, una niña siria que vive como refugiada en Trípoli, Líbano. Su vida, como la de los otros dos millones de niños refugiados se ha detenido por la guerra. Han dejado sus casas, la escuela, a sus amigos, toda una vida para emprender un viaje incierto, lleno de riesgos, en busca de un presente sin balas ni bombas. Sin embargo, en los campos de refugiados, los niños juegan a la guerra y plasman en sus dibujos el tormento que les ha tocado asimilar a tan temprana edad. Estos niños llevan cinco años de infancia robada.

Según datos de Save the Children, unos 12.000 menores han muerto en el conflicto, el 51,1% de los más de cuatro millones de refugiados son niños y 700.000 de los que residen en los países vecinos de Siria no están escolarizados. Asimismo, Naciones Unidas estima que uno de cada cuatro menores que aún están en Siria corre el riesgo de desarrollar problemas de salud mental.

“Las consecuencias para el futuro de la salud mental de toda una generación podrían ser catastróficas”, advierte Save the children. Además del impacto lógico que produce en los menores haber sido testigos de una violencia extrema, los niños y niñas sienten estrés por haber tenido que abandonar su hogar y por la pobreza que experimentan por primera vez. Asimismo, las precarias condiciones económicas es una de las razones del aumento del trabajo infantil y los matrimonios precoces, que se ha convertido en una tendencia preocupante. Según Unicef, la tasa de matrimonios de niñas sirias que viven en Jordania aumentó de un 25% en 2013 al 32% en 2014. En el campamento de Za’atari, por ejemplo, la tasa de matrimonios precoces ha pasado del 12% en 2011 al 25% en 2013, según datos de Save The Children.

Otro tema recurrente y que afecta a la infancia es la discriminación que experimentan los refugiados. Ante estas situaciones, los menores se sienten inferiores a los niños de las comunidades de acogida y, al igual que sus padres, describen un constante acoso verbal y físico.

Síntomas La exposición a la violencia, el desplazamiento, la pérdida de amigos y familiares, la pobreza y la inseguridad conducen a reacciones de estrés que ya se están documentado entre la población infantil siria. Los síntomas más comunes son tristeza, ira, desesperanza, preocupación y nostalgia por su hogar. También miedo, ansiedad y pesadillas. Los niños pequeños demuestran un inusual llanto o gritos, así como un apego excesivo hacia padres o cuidadores.

En el caso de los adolescentes, hay informes frecuentes de un sentimiento de pérdida de identidad y desesperanza por el futuro. Otros problemas incluyen trastornos del habla y problemas de audición o visión, que, a pesar de que se da con mayor frecuencia entre los más pequeños, también afecta a los adolescentes. La incontinencia urinaria es otro problema.

Existe también una gran preocupación acerca del creciente comportamiento antisocial de los adolescentes varones, incluyendo comportamientos agresivos como intimidación, peleas, actitud desafiante y en, algunos casos, reacciones abusivas hacia sus padres y hermanos. El tabaquismo, el abuso de alcohol y el consumo de drogas no son infrecuentes en este grupo de edad. Tampoco los casos de autolesiones e, incluso, algún suicidio. Los eventos traumáticos no desaparecen al salir de Siria, ya que se mantienen vivos en los relatos de los adultos. Y esto, unido a la tristeza que perciben en sus padres, influye también en su estado de ánimo.