Cuando llegó la Marcha Verde a las puertas de El Aaiún, Selma tenía 15 años y era una brillante estudiante en el Colegio La Paz. De la noche a la mañana, los españoles se marcharon, el colegio cerró y Selma vio truncados brutalmente sus estudios.

“Son cosas que preferiría no haber vivido, ni siquiera recordarlo, pero no las puedo olvidar”, refiere Selma en un español muy claro, rememorando aquellos tiempos “revueltos y difíciles” en los que su vida cambió por completo. Por supuesto, Selma es un nombre ficticio: esta mujer prefiere no ser identificada por su nombre real, ya que declararse nostálgico de los años de la colonización española todavía puede acarrear consecuencias no deseadas con las autoridades marroquíes que hace 40 años se adueñaron del territorio.

El pasado viernes se conmemoró el 40 aniversario de la Marcha Verde, que los marroquíes celebraron por todo lo alto como un evento fundacional de su estado moderno, pero discretamente y en voz baja, muchos saharauis tienen unos recuerdos muy distintos de aquellos hechos. “No solo cerró mi colegio; cerró el Cine Las Dunas, el conservatorio, la piscina municipal... Con los españoles desapareció gran parte de nuestra vida”, evoca Selma con la voz quebrada.

Recuerda días de gran agitación en la calle, de muchos rumores, de tanques españoles apareciendo de repente en algunas calles... “Mi padre nos decía: vosotras, a estudiar, no os metáis en líos”, hasta que un día vieron “en la televisión española” a decenas de miles de marroquíes que se agolpaban en Tarfaya y emprendían la marcha para ocupar El Aaiún: era la Marcha Verde. “Nos moríamos de miedo”, relata.

Selma rememora entonces dos clases de convoyes: el de los españoles, saliendo hacia su país, y el de los saharauis, huyendo a Tinduf. Había un tercer convoy, que llegaría más tarde, el de los marroquíes entrando en El Aaiún. “De repente empezamos a ver a los españoles cargando bolsas y muebles en sus camiones y abandonando precipitadamente sus casas. ‘Se va a liar, nos han dicho que nos retiremos’, nos decían nuestros vecinos españoles del barrio Colominas”.

“Yo tenía un solo pensamiento: ¿y dónde vamos a estudiar ahora? Porque los maestros habían venido a despedirse de nosotros y nos abrazaban: ‘Nos obligan a irnos’, decían, y todos llorábamos”.

Se llamó Operación Golondrina a aquella evacuación general y obligatoria de los civiles españoles de El Aaiún decidida tras los Acuerdos Tripartitos de Madrid, por los que España entregó el Sáhara a Marruecos y Mauritania (esta última en su tercio sur). “Mi padre, que era comerciante, nos reunió a los nueve hermanos y nos propuso irnos a Tánger porque allí había escuela española, pero mi madre dijo: ‘Yo me quedo aquí pase lo que pase’. Y nos tuvimos que quedar”.

La escuela cerró, el cine cerró, el conservatorio cerró y la piscina cerró.

Hubo entonces otra caravana: la de los civiles saharauis que simpatizaban con el independentismo y que no apreciaban el cariz de los acontecimientos: “Juntaban caravanas de Land Rover y se marchaban al desierto por la noche, porque como saharauis conocían de memoria las pistas de arena que les llevarían a Tinduf” (Argelia).

Un hermano de Selma, desobedeciendo la decisión familiar, se subió a un Land Rover y se unió al Polisario en Tinduf. Un vecino se lo contó, pero ellos tardaron 18 años en volverlo a ver.

Un buen día -continúa Selma- llegó desde el norte otro convoy distinto: eran los marroquíes. “Traían sacos de arroz, dátiles y ropa que repartían gratis entre los saharauis. No todos reaccionaron igual: unos aceptaron los regalos, otros se negaron”.

años negros Las casas de los españoles se habían quedado vacías, algunas eran buenos pisos bien codiciados: “con un patadón en la puerta, muchos entraron y se quedaron con los pisos, tanto saharauis como marroquíes”.

“Recuerdo que dejamos de recibir revistas españolas y periódicos, ya no había señal de radio ni televisión. Subíamos a la azotea y dábamos vueltas y vueltas a la antena para tratar de captar el canal español, sin lograrlo. Fueron cinco años negros. Luego, a partir del 81 -cuenta, sin aclarar por qué- las cosas cambiaron por completo”.

Hace unos años, su amiga del alma “Ana López García, hija del dueño del taller de mecanografía que había en El Aaiún y residente en Canarias, se presentó en la ciudad y preguntó por Selma, pero ella estaba ausente. Skype las consiguió reunir y verse las caras.

“Ay mujer, quítate el velo que no te reconozco”, le dijo Ana. Y solo cuando Selma se bajó la melfa de la cabeza las dos amigas se reconocieron. Entre lágrimas.