BANDA ACEH. El navío "PLTD Apung" abastecía de electricidad a la ciudad desde el puerto cuando el 26 de diciembre de 2004 un terremoto de 9,1 grados sacudió el norte de la isla de Sumatra y originó un tsunami que afectó a 15 países del océano Índico.
La región de Aceh, en el extremo norte de Sumatra, fue la más afectada, con 170.000 de los 230.000 muertos y desaparecidos totales, y 800 kilómetros de litoral completamente arrasados por las tres olas gigantes que siguieron al seísmo.
"La segunda ola es la que arrastró el barco hasta aquí. El 80 por ciento de las casas quedaron destruidas", relata la guía de este lugar reconvertido en memorial de las víctimas y atracción turística.
Una de las pocas viviendas que se mantuvo en pie acoge la recepción del lugar, donde un monumento muestra la hora del terremoto, la 7.58 de la mañana, una reproducción de la ola de entre 4 y 5 metros, y los nombres de los 1.077 vecinos muertos.
En Lampulo, un barrio de pescadores de la ciudad, otro barco permanece incrustado en el techo de una casa, donde hace 10 años 59 vecinos buscaron refugio ante la avalancha de agua y se salvaron gracias a la inesperada aparición de la embarcación.
"El terremoto fue muy fuerte, no podía mantenerme en pie. Todo el mundo salió a la calle porque tenia miedo de que la casa se derrumbara. Entonces alguien empezó a gritar '¡que viene el agua!' y vi una ola de ocho metros", recuerda Bun Diah, una de las vecinas.
La mujer, de 65 años, explica como el vecino llamó a todos a subir a su casa de dos plantas, la más alta del barrio, y una vez en la azotea, un imam instó a todos a pedirse perdón puesto que iban a morir.
"Después de perdonarnos, apareció el bote. Creíamos que venían a rescatarnos pero cuando saltamos dentro, vimos que no había nadie", relata Bun Diah, que vive en la casa reconstruida en el mismo barrio donde perecieron 982 vecinos.
Una década después, el rastro de la destrucción que sufrió Aceh es casi imperceptible, salvo por los restos esporádicos de alguna casa conservados en algún solar o en una rotonda de alguna de las modernas avenidas que cruzan la capital de esta región.
Un museo, dos fosas con los restos de 72.000 fallecidos, carteles señalando las vías de evacuación o postes indicando la altura que alcanzaron las olas son los únicos vestigios físicos que quedan de la catástrofe, que puso en marcha una campaña de ayuda humanitaria sin precedentes.
La solidaridad internacional vertió unos 6.700 millones de dólares en Aceh para financiar la reconstrucción que se dio por terminada en 2009.
Su legado más visible son las docenas de barrios reconstruidos o de nueva planta con casas idénticas donde fueron alojados la mayoría de los 565.000 desplazados por el desastre.
En Miruek, en el municipio de Aceh Besar, fueron recolocados varios vecinos de Ulee Lhueu que no pudieron regresar a este barrio pesquero pulverizado por las olas, algunos traumatizados, otros porque el solar donde vivían desapareció.
"El ruido de las olas me daba miedo", dice Isnani, de 38 años, una de las mujeres que enviudó y decidió no volver al barrio donde antes vivía de alquiler, pero también tenía un trabajo en el mercado.
"La vida aquí es más difícil, porque no tenemos trabajo y estamos lejos de la ciudad", cuenta la mujer que, como muchos otros, rehizo su vida casándose con otro superviviente viudo al que conoció en el campo de desplazados.
Aparte de la reconstrucción física, el tsunami también propició el fin a tres décadas de guerra entre el Ejército y la guerrilla separatista, y el desarrollo del autogobierno de Aceh, la única región del país donde rige la ley islámica.
Por todo ello, la región ha salido mejorada tras el tsunami, asegura a pocos días del décimo aniversario de la tragedia, Buchari, que durante el período de reconstrucción fue alcalde de Aceh Besar, municipalidad contigua a Banda Aceh.
"Tenemos nuevas carreteras, nuevas casas, incluso más de las que fueron destruidas. Si me preguntas por los cambios en las condiciones de vida, en salud, la economía, la educación, sí, ha cambiado, y para mejor", asegura.
Otro asunto fue la rehabilitación de una población traumatizada que se mantuvo a flote agarrada a sus profundas convicciones religiosas.
"Es un proceso de aprendizaje. Debemos conmemorar el décimo aniversario para recordar a las víctimas y los supervivientes debemos dar gracias a dios", dice Muhammad Saleh, otro de los supervivientes.